"Uno de los ejemplos más extraordinarios de valentía civil en Latinoamérica en los últimos tiempos". Así ha calificado el comité noruego encargado de otorgar el Nobel de la Paz 2025 a la líder opositora venezolana María Corina Machado, una mujer más que valiente que permanece en la clandestinidad en su propio país para seguir denunciando la represión de la dictadura liberticida y totalitaria de Nicolás Maduro, que ha hecho que más de 8 millones de venezolanos hayan tenido que huir de su país en los últimos años.
Ha sido el último revés que ha tenido que encajar la política exterior del Ejecutivo de Sánchez tras el acuerdo de paz en Gaza entre Hamás y el Gobierno de Benjamin Netanyahu, que ha dejado también en el más espantoso de los ridículos a esa "flotilla" alentada, consentida y hasta protegida por una fragata que envió el Ministerio de Defensa español y que la acompañó hasta el límite de las aguas israelíes.
Parece que a José Manuel Albares lo ha mirado un tuerto, como diría un castizo. En los últimos tiempos es que no da una. Y no solo eso, porque, además, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, intenta también apropiarse del acuerdo de paz en Gaza como si hubiese sido el fruto natural de la iniciativa de su jefe al reconocer a Palestina, pero olvidando que antes que él lo habían hecho ya más de cien países de todo el mundo, incluido el Vaticano.
Machado ha recibido un fuerte rechazo por parte de la izquierda más radical, de gobiernos como los de Colombia, México y Brasil, que siguen amparando la dictadura venezolana. En España, la izquierda de la izquierda, representada por Podemos, se ha mostrado abiertamente sincera y ha tachado a la Nobel de "golpista y criminal de guerra". Pablo Iglesias, incluso, ha ido mucho más allá y la ha comparado con Adolf Hitler. Su diarrea mental y verbal desde que va de tertulia en tertulia es ya imparable.
Lo peor, con todo, es ese clamoroso silencio con el que el Gobierno de Sánchez ha digerido la concesión del Nobel a María Corina. Como el premio es un obús dirigido a uno de los miembros del Grupo de Puebla y, gracias a Zapatero, España ya puede considerarse de facto como uno de los integrantes de ese club iberoamericano de gobiernos de izquierda populista. Al menos podía decirse en pro del presidente Sánchez y sus veintidós ministros que, por una vez y sin que sirva de precedente, no habían mentido. Esa afirmación fue cierta durante veinticuatro horas porque al presidente le faltó tiempo para decir en la SER que no es su costumbre felicitar a los premiados por el Nobel y, diez minutos después, las redes rescataron sus varias felicitaciones de años anteriores. Era metafísicamente imposible que el presidente más mentiroso de la historia de España dijese alguna vez la verdad. Mejor habría sido que callase, como han hecho la inmensa mayoría de sus ministros. Todo un silencio elocuente y revelador de su rabia y frustración. Ni siquiera Margarita Robles y Félix Bolaños se atrevieron a decir frontalmente que no lo celebraban e, imitando al jefe, echaron balones fuera y se fueron por los cerros de Úbeda aludiendo a Oriente Medio o refugiándose en algo parecido a eso de "a mí que me registren". Todo lo contrario que los dirigentes de la UE, que han celebrado por todo lo alto la concesión de ese merecido Nobel de la Paz a una mujer como María Corina, el ejemplo más brillante de lo mejor del feminismo y de la política actuales en todo el mundo.