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En defensa del pensamiento crítico

En defensa del pensamiento crítico

lunes 29 de diciembre de 2008, 16:59h

Los vientos de cambio político que, supuestamente hoy soplan en Bolivia, no solamente exigen mayor participación en la toma de decisiones o un nuevo sentido de justicia  social, también se reclama una nueva forma de pensar la nación, sus problemas y alternativas para resolver múltiples aspectos de la crisis. Por lo tanto, esta demanda es posible si se reivindica a la crítica como actitud abierta hacia la identificación de contradicciones vigilando a todas las posiciones ideológicas porque no todo lo que brilla es oro.

Adquirir un espíritu crítico no es tarea fácil, ni desde el punto de vista teórico, ni tampoco desde las perspectivas prácticas. Hoy día existe una verdadera tormenta de ideas sobre la crisis de la razón, el derrumbe de la modernidad, los errores de las políticas de libre mercado y la democracia representativa; sin embargo, es fundamental comprender si somos capaces de utilizar nuevas fuentes críticas donde exista una postura vigilante que dude de precipitadas afirmaciones e intentos por imponer un solo punto de vista.

Hoy regresa el marxismo como aparato explicativo y propuesta política, mezclado con indigenismo pero tratando de hacernos ver que en Bolivia el fracaso de la economía de mercado puede ahora permitir la plasmación de utopías revolucionarias donde el Estado sea nuevamente el protagonista de la historia. Esta perspectiva, emanada de sectores intelectuales al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS) y de profesores universitarios anarquistas, contrariamente trata de aplastar toda mirada crítica acerca del orden existente exacerbando la división, violencia y autoritarismo.

Reconstruir las bases de un pensamiento crítico no representa exclusivamente una necesidad intelectual, sino también una preocupación ético-política para evitar el regreso de cualquier dogmatismo disfrazado o actitudes oportunistas que veneran una nueva consigna: todo vale. ¿Qué significa asumir una actitud crítica hacia las condiciones sociales, políticas y culturales en Bolivia, en una época donde ya no es posible criticar nada, sino más bien desarrollar un sentido pragmático?

Es necesario analizar lo que fue el pensamiento de Occidente y su influencia en América Latina desde finales del siglo XIX hasta los años noventa del siglo XX donde tiene lugar el agotamiento de la modernidad. A finales del siglo XIX, la revolución industrial y la dinámica del imperialismo capitalista dibujaron los márgenes de tres líneas de pensamiento: conservador, liberal y socialista marxista; estas líneas provenían de una misma matriz: la ilustración. En aquel entonces el pensamiento conservador había perdido terreno debido al empuje del liberalismo que expresaba lo más destacado de la consolidación material del capitalismo; frente a este sistema económico, las utopías del socialismo constituían la crítica más solvente de la explotación capitalista y la dependencia en los países pobres.
Todo el siglo XX fue una lucha entre los procesos de justificación ideológica y teórica provenientes del liberalismo, mientras que las posiciones revolucionarias de contra-hegemonía venían del marxismo y sus diferentes variantes. El pensamiento liberal y marxista no sólo definían un esquema político de acción y enfrentamiento, sino que también delimitaban un esquema de conductas éticas. Ambos mostraron sus contradicciones durante los años noventa, dando lugar a lo que se ha llamado el declive de la modernidad o el auge del pensamiento postmoderno, cargado de nuevas críticas hacia las posiciones liberales tradicionales y a lo que fueron los regímenes socialistas en Europa del Este, una vez que se destruyó la Unión Soviética.

En el mundo rico y desarrollado, la mayor parte de las críticas postmodernas nacieron al interior de la crisis de la modernidad. Paralelamente, en Bolivia y América Latina tenemos algo así como la emergencia de “lo impensable” que se coloca contra o al margen del viejo molde occidental de la modernidad.

Lo impensable es, por ejemplo, la rebelión zapatista, la revolución haitiana, las rondas campesinas en el Perú y la resistencia de muchas etnias al colonialismo interno que soportan en sus países. Para muchos, todavía es impensable que los indígenas y campesinos del MAS y el Movimiento Indígena Pachacuti (MIP) puedan ser agentes históricos de cambio.

De “lo impensable” es posible extraer las raíces de un pensamiento crítico, aquél que no nace dentro de la modernidad sino contra ésta y, al mismo tiempo, parece buscar convivir de igual a igual, con el mercado mundial y la globalización. Las concepciones indigenistas o las resistencias a nuevas formas de dependencia económica y exclusión pueden fomentar acciones de cambio, generar su propia historia y criticar la modernidad a partir de ejes de pensamiento y lecturas de la realidad más allá de la vieja matriz que se estranguló a sí misma con la estéril lucha entre liberalismo y marxismo revolucionario.

Empero, “lo impensable” tampoco debe convertirse en una superficie diáfana libre de contradicciones y en la única oferta de cambio político. Cuando los marxistas que antes alababan al movimiento obrero quieren transformar a los indígenas en revolucionarios por obligación, están  anulando la posibilidad de un pensamiento crítico.

Las culturas andinas, los indígenas del zapatismo o la cultura haitiana tienen sus propias bases teóricas e ideológicas a partir de las cuales se genera otro pensamiento, más allá y al borde de la modernidad. Estas posiciones críticas jamás presentaron argumentos absolutistas que reclamen la toma del poder a como dé lugar para instaurar una tiranía étnica de arriba hacia abajo. Esto es sólo una invención intelectual de las élites de clase media que buscan brillar con luz indianista como lo que actualmente sucede con el régimen de Evo Morales en Bolivia donde él mismo es una presa subordinada de los estrategas con mayor educación que Morales y con ambiciones personales como las influencias de Hugo Chávez desde Venezuela.

Por mucho tiempo fue impensable que las rondas campesinas en Perú pudieran poner en marcha sus mecanismos de defensa contra la violencia de los marxistas de Sendero Luminoso, y tampoco podía comprenderse que aquellas rondas no eran grupos manipulados por el ejército. Para otros, todavía es impensable que las etnias andinas puedan ser agentes constructivos de su propia nación. Ahora bien, tampoco existen argumentos razonables para inferir que la comunidad del ayllu es el único modelo de sociedad alternativa. Existen, por fortuna, muchos tipos de ayllu, varios matices y diversidad de formas de vida comunal que no pretenden convertirse en modelos hegemónicos de organización política.

La necesidad de un pensamiento crítico puede emerger de zonas geográficas explotadas desde el punto de vista cultural y político. Debemos reconocer que las culturas indígenas y los grupos pobres que luchan por su supervivencia en el mercado, son capaces de producir conocimiento y pensamiento. De cualquier manera, “lo impensable” también sugiere que las culturas indígenas tratan de beneficiarse de lo mejor de la modernidad, educarse gracias a los adelantos de la globalización, exigiendo igualdad de oportunidades y acceso a múltiples servicios de calidad como salud, educación y fuentes de trabajo.

Quienes en Bolivia afirman que el fin del capitalismo dependiente y las reformas de mercado son una verdad irrefutable, se niegan a considerar que las masas pobres serán mucho más sojuzgadas si una elite de iluminados impone un solo estilo de vida sin telecomunicaciones, televisión, radio, acceso a créditos bancarios y mercados diferenciados. Las vertientes radicales del neoliberalismo y el marxismo de los dirigentes y asesores anarquistas del MAS, encubren y tratan de nublar otras formas de pensamiento y de crítica que aparecen en los espacios de “lo impensable”.

En Bolivia, el pensamiento crítico en la cultura y su relación con la política podría reconstruirse a partir del pensamiento indígena, pero también desde una epistemología recogida del humanismo de los derechos universales, de la libertad de elección que tiene todo ser humano y de los fragmentos éticos de la tolerancia democrática como régimen político que solamente es un intento para ir cambiando gobiernos en el tiempo sin violencia y derramamiento de sangre. La defensa del pensamiento crítico es, en el fondo, el descubrimiento de la honestidad auténtica, de las fuerzas interiores y el deber de no dejarse embaucar por los ignorantes o los pendejos de turno en el poder.

Franco Gamboa Rocabado
Sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program, [email protected]

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