El empresario peruano ante la crisis

Los últimos meses del 2008 han sido meses de adrenalina para el mundo de los negocios. La crisis financiera mundial ha puesto las barbas en remojo de más de uno. No estamos, afortunadamente, en el  ojo de la tormenta, pero intuimos que los fuertes vientos levantados por el huracán económico del Hemisferio Norte cuanto menos nos despeinarán un poco en el año venidero. Tanto esconder la cabeza, cual avestruz y decir que no pasa nada como  la mentalidad apocalíptica que sólo ve en el horizonte calamidades y desgracias (despidos, cierre de fábricas, contracción del consumo, etc.) no son, me parece, las actitudes que el pueblo peruano espera de sus empresarios en el 2009.

El empresario  está familiarizado con el esfuerzo. También sabe que permanecer en el mercado requiere de aguante y creatividad. El 2009, sin lugar a dudas, exigirá muchísimo de estos dos componentes que no se compran en el mercado, pues son cualidades que acompañan los modos de ser de las personas. No son tiempos de huir, ni de agazaparse  en un  rincón esperando que pase el  huracán, ni mucho menos de echarle la culpa a los demás. Esta es también una protesta inútil, pues como lo ha visto el profesor Leonardo Polo, "la protesta es una evasión, porque mientras protestamos no hacemos nada útil, y es una manifestación de pánico; estamos tan asustados que nos ponemos nerviosos: no hay nada peor para un directivo que ponerse nervioso, porque su nerviosismo se contagia a los colaboradores y cuando  los colaboradores también se ponen nerviosos, la organización se desploma".

La tentación más fuerte en tiempos de crisis –lo más fácil, también,- es el cierra puertas, como cuando se aproxima una marcha de protesta y se cierra el negocio para evitar robos e insultos: repliego la vela, guardo muy bien mis cosas y espero a que pase el vendaval  para salir de nuevo a la mar con viento en calma. Desde luego, no estoy en contra de las legítimas precauciones que una sana prudencia aconseja en situaciones de turbulencia, pero si en algún momento han de relucir las virtudes del empresario es, justamente, cuando las papas queman.

Es la hora de la resistencia creativa, de la  grandeza de ánimo, firmeza y decisión. Firmes en el timón de la nave,  pero de ninguna manera actitud cerril o terquedad que se empecina en el error. Junto a la fortaleza, por tanto, es conveniente la virtud de la solercia o flexibilidad, que permite reaccionar adecuadamente ante las situaciones inesperadas. Es decir, tener la capacidad de encontrar salidas airosas a lo imprevisible, sin agitarse y sin acudir a los antiácidos estomacales. No se trata de dorar la píldora,  de "sacarle la vuelta" al enemigo o decir como el zorro que las uvas están verdes porque no llega a cogerlas. No, la solercia es una verdadera disposición intelectual y volitiva por la que nos sabemos adecuar al cambio y a lo imprevisto.

Cuando un ejercicio económico ha estado bastante trajinado y se avisora otro de iguales o mayores dificultades, a todos se nos presenta la oportunidad de un negocio sui generis, la del crecimiento personal hacia adentro. Es la hora de pensar con más hondura, dejar la comodidad de la hamaca y hacer números; imaginar escenarios e insuflar confianza entre los colaboradores. Las quejas, angustias, gritos, histerias y un largo etcétera no son gran aporte para enfrentar los retos de un mercado convulsionado; más bien serían una lamentable muestra  del poco temple del directivo.

Lo que se le pide al empresario (ese es su oficio) es que siga haciendo un buen juego para lo cual ha de mantener la cabeza fría, aún cuando el público, exigente e impaciente, le pida goles en cada ataque: el buen entrenador conoce que una precipitación de la jugada puede destrozar la mejor estrategia. Nada mejor, pues, en estos tiempos que una buena dosis de serenidad, paciencia, sentido creativo y buen humor para sortear los obstáculos del futuro inmediato: la confianza genera confianza.