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Cuidar de la familia

miércoles 07 de enero de 2009, 09:38h
Por mi trabajo he de atender frecuentes inquietudes de padres y profesores sobre la urgencia de que todos valoremos y apoyemos más la educación en el ámbito familiar. Además, es algo que constato, a diario, junto a mi esposa y mis hijos.

La familia es fuente de humanización y mejora. En ella se produce el desarrollo personal en un marco de responsabilidad y solidaridad, pues las relaciones familiares son -luchamos todos porque sean- esencialmente relaciones de amor. Es así que la civilización del amor, de los valores que algunos ven como una utopía, empieza en la familia.

Pero, la publicidad de los medios, a menudo con una descripción y una promoción falseadas de la familia, nos arrastran por “la dictadura de los usos sociales”, expresión utilizada hace ya muchos años por Ortega y Gasset. Por eso, hoy como ayer, relativizar la importancia de la familia e imponer ideologías que nos aparten del conocimiento de lo que es la persona y su dignidad, sería la mayor de las injusticias, nunca nos aportaría verdadero progreso humano.

Hablar de familia es hablar de libertad, autoridad, respeto, amor, crecimiento, entrega a los demás. Sí. En la familia encontramos la primera libertad y la primera rebeldía, que están conectadas íntimamente con el conocimiento propio y el servicio a los demás. Una libertad que es sacrificio y renuncia; que siempre cuidará con finura del gran valor del respeto y la justicia. En esa sana tensión madura la persona. Así será posible encontrar fortaleza ante la adversidad, un ambiente de alegre vencimiento, de mejora real y para todos, comprensión, cierta unánime esperanza, una referencia vital.

Por eso decía que es fuente de humanización y crecimiento personal, el mejor lugar donde las desigualdades pueden ser superadas, pues la familia es principio afectivo de la especie humana, cuna de socialización primaria e identitaria.

En las relaciones familiares, como primer objetivo, será preciso cultivar y acordar continuamente sus funciones personales: conyugal, parental y fraternal. Esta prioridad comienza ya con el noviazgo; de hecho, ahí se toma la mayor decisión. Tan es así, que a la hora de casarse conviene fijarse más en las funciones personales de la familia que se va a formar -pasar a ser esposos, posibles padres y relación entre hermanos- que en los beneficios que en general puede dar (funciones institucionales: biológica, económica, protectora, cultural y de integración).

Los gobernantes, si se quieren ocupar sinceramente del bien de la sociedad, entenderán que la familia es, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, también insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos y sociales, esenciales para el desarrollo y bienestar de toda la comunidad.

No obstante, existen funciones sociales, también con objetivos muy prácticos, que difícilmente podrán ser desempeñadas por otras instituciones distintas a la familia. Esto permite descubrir que la familia natural es un grupo primario que se constituye por la residencia común, la cooperación y la reproducción. No es posible que una sociedad moderna produzca los bienes, referencias y claves que requiere para operar, sin el concurso de la familia como referente principal.

Es así que la familia natural se mantiene como referencia práctica necesaria, sin perjuicio de que aparezcan y sean atendidos otros modos de convivencia.

En todo caso, la familia no es una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. No. El hecho-familia existe en cuanto tal, aunque difiera según las culturas, del mismo modo que el hombre difiere según esas mismas culturas, pero sigue siendo hombre.

Por otra parte, y es más básico de lo que nos puede parecer a primera vista, la familia nos arraiga en una dimensión territorial y cultural, muy importantes para el desarrollo individual y colectivo. Pensemos también que las personas hemos de poder sentirnos fruto del amor; eso constituye, sin duda, una base firme de nuestro ser.
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