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El cambio

El cambio

martes 27 de enero de 2009, 00:40h
Hace algunos días, mi nieta Milagros (10), hija de agnósticos, me preguntó: ¿Por qué en los billetes no aparece Pablo Neruda y sí Gabriela Mistral y Arturo Prat? Me pilló de sorpresa. Requería una respuesta urgente. Con celeridad, pasé revista al papel moneda nacional. Recordé a Ignacio Carrera Pinto, a Manuel Rodríguez, a Andrés Bello. Hasta visualicé a los mapuches, al cardenal Raúl Silva Henríquez, a O´Higgins, el más repetido en el dinero metálico. Efectivamente, Neruda no estaba.

“Porque fue comunista”, le respondí, casi con sentimiento de culpa.
-¿Y qué es eso?, retrucó Milagros.
   
Me esperaba un: “Ah”. O un: “Que lata”. Pero no un reconocimiento al arte de Neruda y completa lejanía con una política que para su abuelo es importante, todavía. Comencé una larga explicación que pronto empecé a sentir fuera de lugar. Más exactamente, fuera de época.

Le di vueltas al asunto después. Para Milagros los referentes son otros. Ella recién había nacido cuando caía el muro de Berlín. Pero eso explicaría el desconocimiento histórico que, seguramente, podrá compensar más adelante. Lo trascendente era su pegunta: ¿Por qué no Neruda? Si bien mi respuesta reflejaba la realidad, no tenía sentido en un mundo en que el comunismo ya significa nada. Y el capitalismo, como alternativa político económica, se demuestra cada vez menos eficiente y nada equitativo.
   
Pero continuamos rigiéndonos por los parámetros anteriores a 1989, por poner alguna fecha significativa. Nos quedamos anclados en los temas que dividían a un mundo regido por dos bloques que tenían proyectos globales diferentes. Hoy eso ya no existe. Las disputas para hacerse del poder a nivel local y mundial siguen y seguirán existiendo. Las desigualdades se mantienen. La explotación persiste. La concentración de la riqueza ha aumentado. Fueron las formas de acercarse a la realidad las que cambiaron.
   
Una niña de diez años es capaz de plantearse al mundo desde la verdad que aporta la estética. Los que manejan el poder político y la economía se niegan a asumir el cambio. Prefieren la seguridad de lo conocido. No sólo Neruda no es reconocido con su figura en el papel moneda. Tampoco se les rinde homenaje a chilenos destacados como Luis Emilio Recabarren o Clotario Blest, para citar sólo a dos eminentes figuras sindicales. Con certeza, las razones de tal omisión serían similares a las que esgrimió un abuelo desprevenido para explicar la del vate, pese a las diferencias ideológicas de los personajes.
   
Chile está lejos del cambio. Mejor dicho, sus referentes políticos están lejos del cambio. Eso queda claro cuando se los escucha hablar sobre éste. Y después se los ve actuar como si el mundo estuviera varado en el siglo XIX o recién aleteara en el XX. Para reafirmar este aserto basta con observar la contingencia. Los “temas valóricos” no pueden ser abordados, porque dividen, según dicen. Un ejemplo: el aborto. En este caso, no queda más que aceptar la posición de la Iglesia Católica. Es la que ha sido impuesta en la legislación. Incluso se ha barrido con logros importantes como los alcanzados con el aborto terapéutico. Esos son temas que dividen. Podríamos seguir con la píldora del día después, con la enseñanza de educación sexual, con la responsabilidad estatal en la educación. En fin, el cambio resulta inexistente. Es más, atenta contra lo que la sociedad chilena “debe” considerar políticamente correcto.
   
Esto de los temas valóricos no sólo se da en la Concertación. Es cierto que se ha tratado de tironear a Eduardo Frei para hacerlo esgrimir decisiones que le resten respaldo. Pero el retraso no es exclusividad del bloque gobiernista. La derecha tiene lastres aún más pesados. Podemos partir por la gratuidad de la educación. O por la condición natural -seguramente impuesta por Dios- que separa a ricos y pobres. La crisis hizo olvidar el salario mínimo ético. Y aún hay quienes se resisten a aceptar que el Estado debe cautelar el interés general y, especialmente, los derechos de los más desprotegidos, porque eso significa aumentar el control e incrementar los impuestos.
   
Tengo la sensación de que los políticos chilenos han asumido el cambio como un buen logo. Como una marca novedosa que puede rendir dividendos. Tal vez piensan: “Si a Obama le dio resultado ¿por qué no aquí?”. En la democracia virtual en que vivimos, todo es posible. Los riesgos son altos, sin embargo. 

El cambio es algo más que una promesa. Es una mirada diferente, que se afinca en circunstancias distintas. Genera expectativas nuevas, a menudo desconocidas. Y para alcanzarlas, generalmente tienen que imponerse acercamientos que involucran cambios valóricos. ¿O acaso Cristo, Buda, Krishna, Mahoma, condenaron la esclavitud o el sometimiento de la mujer? ¿O lo hicieron Aristóteles o Platón, cuyas ideas son la simiente de la democracia actual? ¿Era concebible que los comunistas buscaran alianzas con defensores del neoliberalismo para subsistir como Partido? Y a no olvidar que hasta la década de 1960, los negros eran de segunda categoría en la cuna de la democracia, los EE.UU.

Hace bien discutir de temas valóricos. Allí está lo que viene. Porque por mucho que protesten algunos, el mundo no se detiene. Si no fuera así, a Milagros no le hubiera extrañado la ausencia de Neruda en los billetes  chilenos. Habría dado por sentado que la patria sólo la hacen los militares y uno que otro personaje destacado que no daña lo establecido.

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Wilson Tapia Villalobos
Periodista
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