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Róger Cortés Hurtado

Guerra de autodestrucción

Guerra de autodestrucción

martes 10 de marzo de 2009, 21:46h

Róger Cortés Hurtado

 

Guerra de autodestrucción

 

09-03-2009  La avalancha de morbosidad con que se han publicado y propagandizado revelaciones sobre los hábitos y actitudes de algunos liberados por las FARC, retrata fielmente el curso y los resultados de la guerrilla colombiana. Algo que se inició con ánimo e intención de gesta libertaria, que condensaba la pasión, la entrega y el compromiso y que quizás pudo interpelar al sistema, se ha convertido hace un buen tiempo en materia prima de la crónica roja y del espectáculo rosa. Muchos lo atribuirán al sesgo esencialmente voyeurista e inescrupuloso que predomina en el manejo de los medios de difusión, pero esa explicación es incompleta e insatisfactoria si omite considerar lo que le toca a la estrategia de una guerrilla que depende para sobrevivir política y materialmente, antes de cualquier otra cosa, del tráfico económico y político de secuestros, ejecutados en su mayoría contra elementos civiles. Desde el momento en que las FARC empezaron a ejercitar esta práctica, se embarcaron en una trayectoria que no podía si no desembocar en el pantano una comandancia obsesionada en negociar el destino de su guerra, regateando y transando la libertad de decenas de personas no combatientes.

 

La exploración a fondo de este tema requiere discutir la capacidad y límites de los procesos e intentos armados de transformación social en nuestro continente; aquí me limito a reflexionar sobre un dato de la actualidad colombiana y las pistas y enseñanzas que ofrece al haber incorporado al secuestro, primero como parte y luego como práctica fundamental de su quehacer militar y político. Este hecho se encuentra en la raíz del atolladero en que se ha hundido una fuerza que ha llegado a convertirse en el pedestal del ascenso de las tendencias más regresivas y excluyentes de Colombia. Si nos preguntamos ¿cuál es el hecho político más relevante que han logrado las FARC? la respuesta es sólo una: el ascenso, la consolidación y la duradera proyección del régimen actual. El accionar de esta guerrilla ha conseguido que un Gobierno, íntimamente ligado al paramilitarismo y entregado abierta y ostentosamente a la política bushista llegue a capturar la confianza y una apabullante intención de voto que deja muy lejos a sus competidores. Y, lo que es peor: la base del respaldo y la confianza que recibe ese Gobierno y sus posibilidades de extender su vigencia dependen antes que de cualquier otro factor, del repudio acumulado por la sucesión de secuestros, asesinatos y otros hechos similares que caracterizan el perfil de las FARC, prácticamente indistinguible del que tienen sus enemigos estatales y paraestatales.

 

La guerra por la guerra como profesión y meta ha terminado por quebrar la posibilidad de expresar a aquellos a quienes se proclama como base social y ha extraviado la oportunidad de ser portador de algún significado cierto de transformación social, política y económica. Tener esas capacidades requiere muchísimo más que ser hostigado por la política imperial o machacar que cuando fructificaron las apuestas de la izquierda colombiana por vía legal y democrática, éstas fueron ahogadas con la masacre y la desaparición de miles. Las puertas cerradas podrán abrirse cuando lo popular y el cambio se reencuentren en un punto que se encuentra muy remoto de la agenda de una guerra extraviada y, hace mucho, ajena a las necesidades anhelos y sueños de un pueblo que hoy simplemente la padece.

 

 

 

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