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Miguel Angel Granados

El olor de Macondo

El olor de Macondo

viernes 16 de marzo de 2007, 03:18h
No recuerdo exactamente la edad que tenía cuando por primera vez cayó en mis manos un libro de Gabriel García Márquez, menos cuál de todos ellos. Sólo sé que el olor de Macondo se me clavó entre los poros abigarrados que aún subsisten en estas manos blasfemas.

Porque ahí te vi, Gabo, embriagado a la orilla de los ríos interminables y jactanciosos de la tierra sangrante entre coca y bananas, con el vello del pecho mirando a todos los vientos y con el recuerdo a cuestas de aquellas mujeres sudorosas y llenas de hormonas insatisfechas.

Estaba tu sombra rozando los tremedales y el desafortunado oficio de escribir para periódicos sin memoria; eras el preso dormido en medio de las aulas invadidas por las voces de falsos profetas de la lengua más hermosa que Dios pudo imaginar, tu idioma, nuestra palabra, el universo encerrado en letras desbordadas de una mente anormal y disparada que lo mismo se enclaustra con una puta sin pensar en las bondades del viagra, que otro día se mece entre los brazos de la muerte más común, pero no por ello merecida.

Te vi en los diluvios interminables de Macondo, acurrucado en las dotes escapistas de la bella Remedios o en las enaguas ingentes de la Mamá Grande, escondido detrás del incendio maligno que hizo de Eréndira una meretriz sin parsimonia.

Eres una voz dulce y hechicera que se mete poco a poco en las entrañas de las palabras esculpidas entre cieno y metralla, tienes veneno en las manos, te apoderas de mundos enteros y sólo nos compartes el principio de tus edenes taciturnos.

No eres como el poeta y sin embargo también te das la licencia de mentir; cada vez te pareces más a los viejos pescadores que se curten en altamar y desollan sus almas sobre los cuerpos incorruptos de las sirenas que se han ahogado en su canto.

Gabo, nuestro Gabo, el de la piel de verano mexicano, con los brazos aún teñidos de hoz y martillo. Me cuesta trabajo enterarme de que tienes edad. Antes de que estuviera en boca del mundo, no sabía que “Cien años de soledad” es un libro. Pensé que habías reinventado el Génesis.

Tú y los medios me rompieron parte del alma, la parte que no huele a Macondo.
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