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La raza cósmica

La raza cósmica

lunes 15 de junio de 2009, 17:43h

A raíz del desfasado discurso chavista, más propio de mediados del siglo pasado que de un siglo XXI que comienza,  se han puesto de moda dos libros que  estaban escondidos, al menos en mi estantería, entre otros libros más recientes, pero quizás no tan vigentes en la perorata latinoamericana actual (Evo, Ortega, Correa, etc ). Me refiero a “Las Venas Abiertas de América Latina” del  autor uruguayo Eduardo Galeano, del año 1970, y al libro del venezolano Carlos  Rangel  “Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario” publicado en 1976.

El primero muy difundido en Venezuela, sobre todo entre la juventud universitaria que comenzaba el experimental “ciclo básico” de aquellos años, con un profesorado importante proveniente del resto de Sur América, critico de las crudas dictaduras militares imperantes, ¡qué ironía verdad! , principalmente de Chile y la Argentina, y que convivio en su exilio venezolano con la aburguesada intelectualidad de la izquierda venezolana de aquel entonces, sobre la que influyó  de modo significativo.

 El libro de Galeano se puede decir que representa  algo así como la “leyenda negra” de América Latina, por cierto, término made in france, con que el imperialismo galo se  refería a ciudades como Quebec  o Luisiana en la América del Norte. Se trata de un texto muy bien escrito con un lenguaje vibrante que nos recuerda  a cada rato como los imperialismos, por supuesto el gringo en relieve,  han creado enclaves económicos, cabezas de playa  y sistemas de explotación de nuestras materias primas y recursos naturales, que después nos  cambian por barajitas o espejitos, una vez que han sido procesadas por la tecnología y convertidas en bienes comerciales  por  la sociedad consumista creada por esos mismos imperios. En realidad, el libro explica lo que nos pasa en sus consecuencias finales, pero en cuanto a las causas que impiden habernos desarrollado como los países de Europa y salir de la pobreza, nos deja la sensación de que, como en  una película de vaqueros, nosotros siempre seremos los indios,  los desposeídos que algún día resurgiremos de la nada.

Por su parte, el ensayo de Rangel trata de explicar la situación de los países hispanoamericanos desde una perspectiva opuesta, resaltando el mito del buen salvaje, ingenuo, seducido por las baratijas brillantes del imperio español y del buen revolucionario que lo sustituye, pero que termina echándole toda la culpa de lo malo que le ocurre, al “otro”, y no al “propio yo” como en el fondo lo hace Galeano. Rangel pone pues de manifiesto, la excusa convertida en dogma, como manera simplista de exculpar nuestros propios demonios y de justificar nuestras carencias, incluida por supuesto, nuestra historia de dictaduras militares, caudillismo, corrupción, ineficiencia y subdesarrollo, de la que siempre terminaremos haciendo responsable a los EEUU o a los conquistadores españoles. 

 Para Rangel, pues,  no hay raza cósmica ni nada que se le parezca.
 Lástima que Chávez haya descubierto a Galeano casi cuarenta años después, cuando ya no se hacen fiestas para conversar de estos temas sentimentales, con un whisky en una mano y una barba, de esas que nos hacen aparecer como un intelectual de izquierda, acariciada por la otra, o que el segundo libro, el de Rangel, no forme parte de su biblioteca privada, pues pudiera ser que nos hubiésemos ahorrado estos diez últimos años de triste historia patria.

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