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El mensaje me gustó; y me dejó frío

El mensaje me gustó; y me dejó frío

jueves 24 de diciembre de 2009, 21:23h
Decir que el discurso del Rey me ha parecido más de lo mismo sería decir muy aproximadamente lo mismo que el año pasado. O el antepasado. O sea: que me parece que el mensaje de Nochebuena de Su Majestad es siempre muy parecido, y apenas incorpora tangencialmente, y como elementos secundarios, cuestiones de actualidad (la inminente presidencia de la UE, el secuestro de los tres cooperantes españoles). El armazón es casi siempre, al menos desde hace cuatro o cinco años, sensiblemente igual. Y, sin embargo…

Y, sin embargo, este país, España, ha experimentado sensibles avances (y algunos retrocesos) en este último lustro, en el que tantas cosas están cambiando. Hay una falta de entendimiento entre las fuerzas políticas que, ciertamente, es subrayada cada año por el Monarca, evidenciando que su mensaje es recibido con oídos sordos por los partidos y sus líderes. Y también repite invariablemente el llamamiento al respeto a la Constitución, una Constitución que, como se está evidenciando sobre todo en Cataluña, revienta por algunas costuras: la realidad de 2010 no es, obviamente, la de 1978, y no hay leyes inmutables ni realidades eternas.

Ciertamente, no es en el mensaje de Nochebuena donde el Rey tiene que decir si la Constitución debe o no cambiar, ni, si se da el primer caso, por dónde. Pero es innegable que nos hallamos no solamente ante una crisis económica –que, por cierto, Don Juan Carlos enfatizó poco si se tiene en cuenta lo que preocupa a los españoles, según dicen los sondeos--, sino también ante una cierta crisis institucional. Es hora de dar algunas vueltas de tuerca al Estado de las autonomías, al funcionamiento del Tribunal Constitucional, al sistema de elección del Consejo del Poder Judicial…y es hora de reforzar la propia Monarquía. No estaría de más, por ejemplo, ir dando paso al Príncipe en estos mensajes institucionales del Jefe del Estado, aunque por ahora fuese desde un papel más o menos secundario.

¿Quiero con todo ello decir que hay que avanzar hacia una nueva fórmula de mensaje? Sí y no. La tradición está bien, sobre todo cuando va acompañada por algunos cambios para, como en la fórmula lampedusiana, que todo siga igual. Cambiar la escenografía puede tener su significado, pero más importante, desde luego, es progresar en los mensajes. Se adivina tenuemente una cierta rutina en la mano redactora de estos mensajes del jefe del Estado, que son siempre alentadores, sugerentes sobre la necesidad de que los españoles encaren con ánimo emprendedor e innovador el futuro que les viene; pero ese mismo viento renovador podría aplicarse a la propia cúpula del Estado.

El mensaje real, en suma, me ha gustado. Como me gustó el año pasado, y el anterior. Pero, igual que entonces, me ha dejado algo frío. Pienso que en la noche entrañable que da paso al corazón de las fiestas mágicas de Navidad, Su Majestad el Rey debe aspirar no solamente a conformar y provocar leves gestos de asentimiento algo ausente en los telespectadores que preparan la cena familiar: debe aspirar a entusiasmar a sus oyentes, ávidos de mensajes de esperanza, de optimismo y de llamamientos a ponerse en marcha hacia una meta, al fin, ilusionante. Si Don Juan Carlos ha aspirado a transmitirnos todo esto, y puede que así haya sido, temo que no lo conseguido del todo.


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