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Montilla y otros autoritarismos

miércoles 13 de enero de 2010, 09:41h
Hay una deriva autoritaria en nuestra clase política, sin que el fenómeno pueda circunscribirse, me parece, a una sola formación política o a un solo Gobierno, aunque cierto es que el actual, por estar ocupando el poder, es quien se lleva ahora la mayor parte de las dudosas medallas en este campo. Así, la inquietud por la salud de los españoles que sienten nuestros gobernantes es sin duda conmovedora; pero algo habría que dejar al libre albedrío, permitir que los ciudadanos nos equivoquemos comiendo hamburguesas, bebiendo un vasito de vino de cuando en cuando o fumando en los lugares antes habilitados para ello y que ahora, ‘manu militari’, se quieren suprimir. O podríamos hablar de la interesada ‘ley antipiratería’ auspiciada desde el Ministerio de Cultura. O de algunas expresiones, de tinte sin duda autoritario, del por otro lado meritorio director general de Tráfico.

Claro que sería injusto premiar con el laurel del desvelo por regular nuestras vidas a un Gobierno que penetra también en los contenidos de las televisiones o cuyo presidente se permite, en una rueda de prensa, mostrar su asombro ante la pregunta de una periodista (justo es también señalar que este Gobierno acepta con bastante buen talante las críticas y ha abierto los medios públicos a un mayor pluralismo). La persecución al conductor no es privativa de la Dirección General de Tráfico, como bien sabe el sufrido automovilista madrileño, sometido a un régimen confiscatorio vía multas sin sentido, o ese ciudadano valenciano que acaba de ser multado con más de ocho mil euros por no tener bien reglado el tubo de escape...

La palma, para mí, se la lleva el president de la Generalitat catalana, José Montilla, que acaba de enfurecer a distribuidores y exhibidores cinematográficos al exigir que se subtitulen en lengua catalana la mitad de las copias de las películas que se estrenen en Cataluña. Montilla contra Hollywood. Un paso más en esa absurda escalada que obliga a rotular en catalán a todo pasto. Pero no caigamos en la debilidad de culpar de todo a ‘los catalanes’, como si sus gobernantes fuesen diferentes a sus congéneres del resto de España, en su afán reglamentista, tan alejado del espíritu liberal que dicen alimentar. No, ese afan reglamentista, disfrazado de celo por las lenguas autonómicas o por la respetabilidad de las instituciones, o bajo cualquier otra capa respetable de pintura, se extiende por todos los rincones del poder, de los poderes variados que gravitan sobre nuestras cabezas. A veces uno se pregunta si no tendrán cosas mejores que hacer...

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