¿Un día sin gobierno?

Comentaba el otro día con una conocida mía, norteamericana, las secuelas de la gran nevada que asoló Washington y la costa este de los Estados Unidos hace un mes. Carreteras cortadas, colegios cerrados... y oficinas gubernamentales ¡cerradas! La tentación fácil era decir: ¡y el país funcionó! Pues sí.
Pongamos la misma situación en nuestro horizonte más cercano. Imaginémonos un día sin gobierno, ni Generalitat, ni diputación provincial, ni veguería, ni ayuntamiento. Hombre, quizás se resistieran los servicios básicos al faltar la dirección ejecutiva para coordinar determinados protocolos de actuación -esos que no se ejecutan a tiempo cuando las cosas no funcionan, ¿les suena de algo esto?- pero la ausencia de maquinaria burocrática quizás nos aliviaría la vida.
Esta obsesión por marcarnos nuestra vida sin que se lo hayamos pedido nos tiene fritos. Que si las farmacias han de guardar equis distancia, que si no se puede fumar en este local, que si la niña puede abortar sin decírselo a sus padres, que si para tal puesto de trabajo tienen que cubrirlo la mitad de mujeres, que si las bolsas de plástico de los súpers, que si la basura reciclada, que si los horarios de los afterhours...
Un día sin decretos, ni órdenes ministeriales, ni normativas, ni tentaciones de cualquier jerifalte de impregnar su mandato con una ley o una norma de obligado cumplimiento. La anarquía virtual, vaya. ¡Qué delicia! Y claro, ni expedientes sancionadores, ni multas, ni prohibiciones de ningún tipo. Tampoco subvenciones, ni contratas ni designaciones a dedo.
Recuerdo que cuando Miquel Roca optaba a gobernar las Españas con la Operación Reformista le preguntaron qué quería decir con el slogan "Hay otra forma de hacer España". Dijo, entre otras cosas. "que cuando uno reciba una carta de la Administración no necesariamente tenga que ser una mala noticia". Pues eso. ¡Viva el día sin Gobierno!