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El Rey y los toros

viernes 26 de marzo de 2010, 11:44h
   El Rey Don Juan Carlos ha apoyado ayer, de un modo explícito, y en un acto celebrado en la Universidad de Sevilla, la fiesta de los toros, pero no lo hizo para levantar polvaredas ni polémicas, ni para sentar doctrina, sino que lo hizo como un español aficionado a un espectáculo que, a su juicio, representa “un mundo cultural y artístico fecundo”. Abstenerse, por tanto, los amantes de las polémicas o de buscarle cinco pies al gato en las palabras del Monarca, porque lo único que ha dicho es que a él, como a su madre   (y no tanto a su padre, ni mucho menos a la Reina Doña Sofía), le gusta la fiesta de los toros, y se complace en darles trofeos taurinos a los diestros José María Manzanares y Morante de la Puebla,  al rejoneador Leonardo Hernández,  a los subalternos  “Curro Robles” y “Curro Javier”, y al picador Pedro MoralesEl Chocolate”.

     El Rey, insistimos, ni entra en polémicas ni participa en el referéndum catalán sobre los toros. Don Juan Carlos es un gran aficionado a la tauromaquia, y como tal se manifiesta con plena legitimidad. En su familia hay división de opiniones, como les decimos, y como ocurre en tantas familias españolas, y no pasa nada. El respeto, el amor a las tradiciones, la pasión por una media verónica o el convencimiento de que la lidia de los toros es una tortura, es un asunto largo, ancho e interminable. Decía el escritor Ramón Pérez de Ayala que si él fuese ministro de la Gobernación, prohibiría las corridas de toros; pero que, puesto que no lo era, no se perdía ni una tarde de San Isidro. Así de complejo y de contradictorio es el planeta de los toros, que históricamente enfrenta a españoles geniales, a Goya y a Picasso con Eugenio Noel o con algunos ecologistas.

    Por lo demás, y cambiando radicalmente de asunto, queremos fijarnos en unos datos hechos públicos ayer en León por uno de los altos cargos de Instituciones Penitenciarias. El cuarenta por ciento de los reclusos internos en las cárceles españolas padece algún trastorno mental, y la mitad de estos problemas está vinculado a las drogas.  Son delincuentes  juzgados y condenados a penas de prisión pero, además, son enfermos.  Esta es, amigos, la triste, la tristísima crónica, de un fracaso social, de un desastre en que la culpa debe ser compartida. Y también es el relato de un apuesta de coraje y de esperanza para que las cárceles, además de rejas, tengan las ventanas abiertas a la esperanza de la rehabilitación: cualquier ser humano tiene derecho a rehacer su vida, y es un deber de la sociedad apostar por esa esperanza y no por la marginación o el fracaso.

     Toros y presos. Dios mío, menudo cóctel. Pero así es la vida, y así se la contamos.

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