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En la casa de Don Guillermo

En la casa de Don Guillermo

miércoles 07 de abril de 2010, 20:37h
“!Si usted es el Rey de España yo soy Napoléon! Y le colgó y se quedó tan ancho!” Muy  divertido Guillermo Luca de Tena contaba la anécdota que protagonizó el telefonista de ABC cuando recibió una llamada en la que una voz, que evidentemente no identificó, le pedía que le pasara con el director  diciendo que era el Rey. Don Juan Carlos había decidido aquel día que llamaría personal y directamente a quienes iba a nombrar senadores reales. Y así lo hizo con Camilo José Cela, Alfonso Escámez o Marcelino Oreja. Pero cuando marcó el número del periódico madrileño para comunicarle su decisión a Guillermo Luca de Tena se encontró con un buen cancerbero en centralita que se negaba a pasar la llamada a su jefe porque no se podía creer que al otro lado del hilo estuviera el Monarca en persona. El Rey tuvo que desistir y pedir a su secretaría que le asistiera.

Eran los años duros de la transición democrática y en el viscontiniano palacete de la calle Serrano unos pocos jóvenes e inexpertos periodistas empezábamos a practicar las artes de este oficio, en una redacción de seniors, al frente  de la cual estaba don Guillermo, que así le llamaba todo el mundo en la Casa. No hacía falta que nadie lo impusiera, al verle o hablarle no había manera que te saliera el tuteo. En aquel hombre de porte y ademanes aristocrático pero de trato correcto los “becarios” de entonces sentíamos la representación en carne y hueso de  “los Luca”.  Así conocíamos a la familia  que parecía impregnar ambientalmente cada rincón de aquella casa de película. Pero la verdad es que en la redacción solo se hacía presente cada día en plan estatua, una formidable escultura de bronce y tamaño natural representando a Torcuato Luca de Tena, fundador del periódico y abuelo de Guillermo, presidía la redacción. Otra de igual porte pero de escayola se erguía  a su vez en la escalinata de la noble biblioteca y daba ocupación permanente a un equipo de mantenimiento que se afanaba, brochazo a brochazo, en evitar que los desconchones arruinaran el falso color broncíneo de la obra. Claro que al cabo del tiempo, pincelada junto a pincelada, o sobre pincelada, aquello, mirándolo de cerca, se convertía en un monumental pastiche cromático.

“Don Guillermo es un liberal” nos transmitían los mandos intermedios a los redactores. Y en aquel entonces interpretábamos que lo que nos querían decir no era que el jefe profesara una fé ciega en el mercado o en las recetas que fomentaban el individualismo por encima de todo. Más bien nos indicaban que la solemnidad de la casa o el carácter  vetusto y hasta rancio de un sector de los lectores no influían en su ánimo, abierto a la modernidad y a los cambios que se avecinaba. Le recuerdo expectante y sumamente interesado en los nuevos tiempos de la democracia que estaba por venir en las comidas en petit comité , a las que éramos invitados de vez en cuando algunos redactores, con los entrevistados en aquella ingenua serie de “los 100 españoles para la democracia”. O asistiendo feliz a aquel experimento insólito que celebramos en la biblioteca, noche tras noche, de la campaña electoral de las primeras elecciones del 15-J de 1977. Ante la réplica de escayola del fundador y moderados por Antonio Garrigues Walker o Miguel Angel Nieto los representantes de todos los partidos que se presentaron, con la excepción del PCE –que luego entraría en otras ediciones- exponían sus programas y contestaban a la preguntas para nada bienintecionadas de los periodistas y del público invitado. Fue todo un anticipo de lo que serían después los debates en las primera Cortes democráticas. Sé que luego soportó a pié firme en su despacho el golpe de Estado del 23-F esperando resuelto al oficial del ejército que se esperaba intentara tomar el periódico. Luego confesaría que estaba decidido a negarse a que su nombre saliera al día siguiente como director en el periódico, si es que hubiéramos tenido que trabajar intimidados por los uniformados. En los tiempos del Gobierno de Suárez, en los que el periódico apostó decididamente por las reformas democráticas, hubo ocasión también para que aquella portada de gran foto única la ocupara en alguna ocasión aquel joven opositor llamado Felipe González. O a que en la primera de tipografía entrevistáramos a un líder sindical como Nicolás Redondo. Todo ello, bien es verdad, que con algún silente resquemor de los más mayores en la Redacción. A los cambios políticos se unieron rápidos los cambios sociales. Yo recibí por aquel entonces un recado del subdirector de entonces, Francisco Giménez Alemán. “Me ha dicho don Guillermo que no te cortes y que informes con rigor y con el detalle necesario”. Con estas instrucciones este inexperto periodista pisó por primera vez las mullidas alfombras del palacio de la Carrera de San Jerónimo para contar como España se dotaba de un Estatuto de los Trabajadores o alimentaba las linotipias del periódico con los relatos  del debate de la primera ley de divorcio. Iniciativas como aquellas, que nos cambiaran la vida, dejaron perplejas y descolocadas a muchas mentes biempensantes y de orden que habían mandado hasta hacía no muy pocos años en el país. Muchos de ellos eran lectores tradicionales del ABC. Siempre pese que el periódico hizo una enorme labor didáctica a favor de la democracia durante aquellos años en que todos  vivimos peligrosamente. Pese a lo que después, cuando el PSOE llegó al poder, llegaron a pensar quienes se hicieron cargo del periódico, nunca hubo un grupito de rojos en la redacción de un periódico de derechas. Lo que sí sé es que en la Casa de don Guillermo un puñado de jóvenes e inexpertos periodistas que aprendimos la profesión al tiempo que el país entero conocía la democracia. Nunca dejaré de agradecérselo al bueno de don Guillermo.
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