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Opinión

Malos Tratos

Malos Tratos

sábado 17 de abril de 2010, 11:48h

De todas las ideas que la cultura occidental ha generado en los tres últimos siglos, hay una decisiva: la igualdad entre sexos. Hombres y mujeres iguales ante la Ley. Difícil encontrar una ecuación más simple y, sin embargo, más compleja. El cambio que ha supuesto en la organización de nuestras sociedades ha tenido una magnitud absoluta. La distinción animal machos-hembras que observamos en la naturaleza (si es que aún tenemos tiempo de mirarla), muda a hombre-mujer. El animal se transforma en humano.  Libres. Humanos. Hombres. Mujeres.  Ciudadanos iguales en derechos. Un pilar básico en nuestra forma de entender el mundo.

Y junto a ello,  la incómoda, molesta sensación de que algo profundo no funciona, de que una moneda falsa se coló en el discurso de lo políticamente correcto... compañeros/as.

Nadie regala nada. A esta ecuación, clave en la evolución de las sociedades occidentales, se ha llegado por el impulso y la lucha de decenas  de miles de mujeres que  fueron cuestionando a lo largo de varias generaciones las desigualdades existentes. Para llegar a tener éxito, contaron con el apoyo imprescindible de la parte masculina e ilustrada de la especie, sin el cual, nada de esto habría sido posible. Con evidentes tensiones y desajustes,  sí, pero a la postre navegando todos en la misma derrota.  Un cambio espectacular que lo ha trastocado casi todo en nuestra forma de afrontar la vida, así en Finlandia  como en España, en Moscú o en Filadelfia, en ese mundo que, extendido por varios continentes,  llamamos civilización occidental, y que hunde sus raíces en la cultura greco-latina, y (aunque  hay quien no se sienta cómodo), en el pensamiento y la moral judeo-cristiana. Tal cosa es Occidente. Para lo bueno y para lo malo, eso somos.  

En el mundo del siglo XXI, abiertas de par en par las puertas de la globalización, nos vemos obligados a enfrentar, muchas veces con asombro, otras con temor, las enormes diferencias culturales existentes: un reto que hay que gestionar desde la política, un desafío colosal, tan lleno de riesgos como de oportunidades.

De entre todas las diferencias, el papel de la mujer en la sociedad se revela, otra vez, la pieza clave.  Cambiar mentalidades es más costoso y difícil que cambiar Leyes.  Y mucho más lento. Los malos tratos, la violencia de género, los homicidios que se suceden sin solución de continuidad, demuestran que algo profundo no va. Y todos, hombres y mujeres, tendríamos que aplicarnos en entender algo más, profundizar acaso en el sustrato animal que nos conforma. Hay mucha tinta indeleble escrita ahí, en ese renglón del genoma humano que nos acerca tanto y tanto, a la mosca del vinagre. De ahí, esa molesta sensación de que sobran certezas, no digamos prepotencia. La necesidad de plantearnos, con mayor rigor aún, el enorme cambio social que hemos sido capaces de alumbrar.

Nadie habla de renuncias o retrocesos, de desandar el calendario. Pero, si como parece, hemos de volver sobre ello, hagámoslo una y otra vez desde la diferencia existente, desde el sentido común, desde la experiencia acumulada en los últimos tres siglos. Desde la irrenunciable igualdad, siempre.

  Paco Luis Murillo

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