El caso de
Najwa Malha, la adolescente madrileña de origen marroquí ha vuelto a reavivar la controversia que provoca el uso del "hiyab", el pañuelo con el que las mujeres musulmanas se cubren la cabeza. Las normas del instituto de Pozuelo de Alarcón (Madrid) al que acude la joven prohíben a los estudiantes el uso de cualquier tipo de prenda de cabeza. Ni gorras de béisbol, ni pañuelos. Así lo ha ratificado el Consejo Escolar apoyando a la dirección del centro que había prohibido el acceso de la joven a las aulas si no se despojaba del pañuelo. De momento, el aspecto más perentorio del caso -la escolarización de Najwa-, ha quedado resuelto porque tiene plaza en otro colegio de la localidad cuyas normas no contradicen el uso de las prendas de cabeza. Lo que ha quedado en el aire es la cuestión de fondo porque el episodio pone a prueba la falta de claridad del discurso político de nuestros gobernantes. Preguntado por el caso, el ministro de Educación ha respondido
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que debía primar el derecho a la educación. Nada ha dicho respecto del trasfondo de una imposición -llevar el pañuelo o el velo- que en el mundo musulmán lo que hace es subrayar la supeditación de la mujer al varón. Es una costumbre que entronca con los valores religiosos del Islam -alegan los defensores de esta práctica-, pero no aclaran por qué la exigencia del pañuelo, el velo o el "burka" no alcanza, también, a los varones. Es la almendra del asunto, porque la obligación de llevar pañuelo cuestiona una conquista irrenunciable de las sociedades democráticas. Me refiero a la plena igualdad entre hombres y mujeres. Aunque la democracia permite expresar todas las ideas, hay que atreverse a decir que no todas las ideas son respetables.
Creo que el ministro
Gabilondo ha perdido una magnífica oportunidad para no refugiarse en la ambigüedad. Por otra parte, el silencio de la ministra de Igualdad (
Bibiana Aído) resulta clamoroso. Esta vez, en medio de la polvareda, quien se ha perdido no ha sido
Don Rodrigo, el último de los reyes godos.
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