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La crítica emancipadora

lunes 26 de abril de 2010, 17:02h

El sueco no sabe lo que dice. Los especuladores financieros no se comportan “como una manada de lobos”, sino como un puñado de hombres. Pobres lobos, adjudicarles un comportamiento tan cruel como el del hombre. Elías Canetti ya dinamitó en “Masa y Poder” la alegoría del hombre-lobo, aquello de que el hombre es un lobo para el hombre, o la metáfora de la manada de lobos aplicada a los desmanes humanos. Canetti, pobre e ignorado Premio Nobel, habló de la “muta”, esa docena de linchadores que se mueven como un corpus. La codicia provoca unanimidad, como la muerte, y los hombres codiciosos se mueven en el sentido criminal que decía Hegel, para “aniquilar la conciencia del otro”. Poco más hay bajo el sol, bajo la luz purulenta de este sol cenizo por la culpa interpuesta de un volcán inocente.

Como dijo Guerra, no sólo deben pagar el desastre “los funcionarios, los jubilados y las madres”, como tampoco los padres, añado, sino que paguen los que inventaron la torre de Babel de una Europa sujeta a la codicia. ¿Sabe usted dónde está el dinero que falta? En el “cerebro del monstruo”, en las cajas fuertes de Suiza como supo ver el Ché, en los demás paraísos fiscales y en la flamante nobleza que se dice “gobierno de Europa”. Con el presupuesto del gobierno europeo se taparía gran parte del agujero negro que dejó la orgía financiera. ¿A cuánto asciende el presupuesto anual del gobierno europeo? Políticos, asesores, traductores, intérpretes, secretarios/as, alquileres, gastos de representación, viajes, vinos, rosas, prostitución y un largo etcétera. Los ineptos para la vida civil, que se refugiaron en esa cueva algodonosa, también deben pagar el costo de la crisis, del epílogo de la Gran Mentira que uno anunciaba para mofa de muchos.

Ni “sangre, sudor y lágrimas” ni ocho cuartos. Churchill lo dijo de otro modo, pero quedó así porque es el título de una película de Lean. ¿No hay algo más novedoso que ofrecer? La política de estos años no ha sido más que una tarea gerencial, una administración del esfuerzo de los demás, una distribución injusta de recursos obtenidos de la plusvalía del trabajo. Pero no todos trabajaban, y mucho menos los dirigentes, de modo que Marx, de nuevo y siempre Marx, es aún insuperable, indispensable, inmutable, imperecedero y necesario. La Historia se repite en ciclos, y la dirigencia se ocupa muy bien de que sea así, para que no haya ruptura sino ligeros cambios, cuantitativos, pero no cualitativos. Más sangre, más sudor, más lágrimas, más de lo mismo.

En esta tesitura, la excusa del “yo no lo sabía” (que venía la crisis) suena a la excusa de los cómplices de las dictaduras: “Yo no sabía que había secuestros y torturas”. A ver si nos aclaramos: al reconocimiento dogmático hay que oponer la crítica emancipadora. El dogma es el capitalismo, y la crítica es lo más próximo que hay, por ahora, a la emancipación. Hay otros recursos, pero más vale eludirlos. 

 Eduardo Keudell. Periodista y escritor. 

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