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La buena educación

La buena educación

lunes 03 de mayo de 2010, 19:35h

Para los habitantes de Castilla y León es facilísimo cruzar la raya. Compartimos un montón de kilómetros con un país extranjero, incluso extraño.
¿Extraño?
Sí, sin paliativos.
Portugal es una nación educada, amable, tranquila, sin estridencias. Las personas te sonríen. Hacen por entenderte. Se esfuerzan en que te sientas cómodo.
Y, cuando te marchas, tienes la sensación de haber abandonado una suerte de “reserva” de la buena educación. Aquellas exquisitas maneras de antaño aquí, cuando la gente decía “buenos días” o tardes, o noches, según. Cuando se decía “por favor” o se daban las gracias en vez de soltar un ¡Vale!, que no vale, porque no denota agradecimiento sino chulería.
Viajo mucho en tren. Sigo sin acostumbrarme a que el vecino de asiento se comporte como un perfecto patán que ni saluda al llegar, se aposenta haciéndose hueco mediante el codo en el brazo del sillón compartido y, si te descuidas, se saca un moco que pega en el asiento como si no le viera nadie o, peor aún, importándole un pimiento que se le vea…
Tampoco me acostumbro a que la gente vocee (en el tren o en cualquier parte), que riñan a sus hijos con el hastío de quien sabe que da lo mismo reñir que no, porque los niños seguirán poniendo las patitas en el asiento de enfrente o subiéndose a las barbas de un pacífico viandante.
Estoy completamente harta de los jóvenes (y jóvenas) autómatas (que no autistas) que ocupan en el autobús urbano los asientos reservados a gente con problemas. Se colocan los cascos, hacen como que van ensimismados (es imposible ensimismarse ni nada con el volumen de la “música” que oyen) e ignoran que a su lado, de pie, tambaleándose y a punto de partirse la cadera por cuatro sitios si se cae, va una anciana venerable necesitada de asiento y con derecho a él. Faltaría más.
Pues eso. Me reafirmo. Hemos perdido la buena educación. Ese respeto al otro, al espacio del otro, a sus derechos, incluido su derecho al silencio. ¿Hay algo más terrible que la falta de pudor de quien cuenta su vida por el móvil, a voz en grito, en un vagón de tren repleto? Bueno, sí, hay cosas infinitamente más terribles, pero no me caben aquí.
Repita conmigo, improbable lector, “buenos días”, “gracias”, “no hay de qué”, “siéntese, por favor”…
Es fácil, sencillo, humano y gratuito. Deberíamos practicarlo más, como nuestros extraños vecinos portugueses. Personas amables, con buena educación. Qué raros…

Ana Ruiz Echauri. Periodista.

 

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