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Los 'casos' Camps y Bono

Los 'casos' Camps y Bono

martes 04 de mayo de 2010, 07:01h

   Advertencia previa: no me encontrarán entre los que tiran la primera piedra contra quienes están acusados de corrupción. No hasta que los jueces intervengan y todos los extremos hayan quedado claros. Comprendo que lo que muchas veces se pide al periodista es lo contrario, que se indigne pidiendo a gritos las cabezas de aquellos a los que sectores mediáticos condenan; pero desde hace tiempo tengo la impresión de que, en este país donde la difamación corre como lobos por la estepa, la lucha contra la corrupción, contra la verdadera corrupción, se dificulta precisamente por el afán de aplicar el ventilador a la basura.

   He defendido -y he sido muy criticado por ello- a Francisco Camps en el ‘affaire de los trajes’. La verdad es que con el presidente valenciano he mantenido escaso contacto: no es persona a la que gusten los periodistas. Pero poca corrupción me parece que hay en un caso que ha levantado más escandaleras por el contenido de unas conversaciones privadas, ridículas, sí, pero que nada aportan, creo, al sumario, que por el valor de los dichosos trajes, que conllevarían, como mucho, una multa de menos de dos mil euros. ¿Merece el asunto tanto ruido, tanto destrozo de imágenes y personas, al margen de los intereses políticos de cada cual? Otra cosa es la benignidad con la que se trataron algunos contratos oficiales en la Comunidad valenciana, pero me parece que, en lo que va a ver el Supremo el próximo día 12 respecto de Camps, no hay mucho de eso.

   También he defendido la presunción de inocencia de José Bono, lapidado por un grupo de comunicación a cuenta de unas propiedades que, en teoría, no se corresponderían con su sueldo oficial, aunque cosa difícil es establecer ese tipo de cálculos. A Bono sí lo sigo de largo: fue mi abogado en un proceso del final del franquismo, otros tiempos. Y, por otra parte, el presidente del Congreso es el reverso de Camps en lo tocante a contactos con la prensa, así que es bien conocido por muchos. Tendrá Bono más o menos afición por los pisos o los caballos, su comportamiento será más o menos acorde a lo que los viejos -muy viejos- cánones piden de un socialista; pero nada de eso es delito, ni siquiera en los términos definidos este domingo por Esperanza Aguirre al referirse a este asunto: “Sin robar, hay una manera de cobrar que no es legítima”. 

   Claro, es la estética coyuntural, primando sobre la ética objetiva. Las circunstancias, sobre el núcleo central. Las formas, que en política son, o parecen, más importantes que el fondo. Ya que traigo a colación a Aguirre, reproduzco esta otra frase de la ‘lideresa’, pronunciada en una memorable entrevista radiofónica este domingo: “la corrupción es consustancial a las instituciones”. No entiendo por qué tiene que ser así, pero probablemente Aguirre tenga razón. Tal vez porque en España, recordemos a aquella ministra que, cándidamente, lo dijo, pensamos que “lo público no es de nadie”, excepto, claro, de quienes lo administran.

   La negligencia a la hora de vigilar cómo se gasta el dinero del contribuyente ha sido siempre una divisa nacional, y así los regalos, los viajes ‘gratis total’, la proliferación de audis, chóferes y escoltas. Por todo ello, insisto en que, sin gustarme demasiado el estilo con el que tanto Camps como Bono están resolviendo sus respectivos contenciosos, no quiero ser quien tire ni la primera ni la segunda piedra contra ellos, en función de cómo son (mal)tratados por unos medios u otros: esperemos a ver qué dicen los jueces, que tampoco están siendo muy bien tratados estos días, pero en los que, nos guste o no, tenemos que confiar.

   En el Parlamento funciona una subcomisión encargada de buscar leyes que atajen la corrupción. Me parece buena idea, pero insuficiente, hasta donde se me alcanza que discurren los trabajos. No sería acaso mala idea que, en la -¡finalmente!- anunciada entrevista entre Zapatero y Rajoy, el tema de la corrupción fuese una de las ‘estrellas’ en agenda, porque la corrupción también tiene en cierta manera que ver con las crisis económica e institucional que padecemos. Para que cada palo aguante su vela, pero que no se emprenda a palos con cada vela que aparezca encendida.

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