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Confieso que, cada vez que viajo a Marruecos –lo que no es, desgraciadamente, demasiado frecuente--, encuentro cambios de décadas en apenas años; pese al patente subdesarrollo rural, al hacinamiento en ciertas ciudades, la verdad es que el vecino del sur se ha convertido en el país más pujante de África del Norte y, desde luego, de un Magreb que, simplemente, no ha llegado a nada. He pasado tres días en Rabat, contactando con políticos, intelectuales y gentes de la Administración y, de nuevo, me he sentido impactado por la pujanza de un país embarcado en una peligrosa aventura: la de la regionalización.