Poco sabemos de cómo será la economía española con un gobierno del Partido Popular. Quizá sabemos un poco más de cómo pueden ser las cuentas del Estado, pero no la economía. El líder de la oposición, el conservador Mariano Rajoy, compareció ante representantes del mundo empresarial y financiero para dar a conocer las líneas generales de su programa económico, pero fueron tan generales que el personal, incluso el más entregado a la causa, se quedó como estaba. La receta del PP contra la crisis se centra en crear empleo, reducir el déficit y hacer reformas a las que confía precisamente los dos primeros objetivos; sin embargo, no explica lo más importante: ¿en qué modelo económico se basa, una vez que la construcción y el sector inmobiliario ya no tiran como cuando gobernaba el PP?
Es verdad que el líder popular, inspirado en Alemania, habló de un principio de estabilidad presupuestaria, que quiere plasmar en la Constitución, como si la economía española pudiera planificarse de ese modo, y que también lo hizo del mercado laboral, donde es favorable a flexibilizar la negociación colectiva y a reconocer la formación como un derecho de los trabajadores, pero a día de hoy no basta con eso. El PP da recetas, como la rebaja selectiva de impuestos, que pueden ser atractivas. Otra cosa es que sean realistas y, sobre todo, que sean aplicables a un nuevo modelo que está por construirse. Entre todos.
Con sus principios generales, Rajoy sigue haciendo lo que hace habitualmente: maquillar su visión liberal, descalificar a Zapatero, marear la perdiz y esperar a que lleguen las elecciones para ganar sin bajar del autobús. Su punto débil es, sin duda, su falta de programa económico, con lo cual no vaya a ser que la gente termine dándose cuenta de que no representa una alternativa mejor que ZP, que ya es decir. Da la impresión de que confía más en el desgaste de Zapatero que en sí mismo.
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