Los presos cubanos en España

   La llegada a España de varios presos cubanos, excarcelados tras un acuerdo entre el Gobierno de la isla y la Iglesia, con nuestro país como intermediario, no supone el final definitivo de la dictadura castrista, pero abre, evidentemente, algún camino a la esperanza de que las cosas cambien y de que la libertad sea posible.

    Cuando los “barbudos” bajaron de Sierra Maestra y derrocaron la dictadura de Batista, hace más de cincuenta años, un pueblo ilusionado por la revolución no intuía que los jóvenes e idealistas guerrilleros iban a degenerar en un sistema de tiranía tan lamentable y cruel como en los tiempos en que La Habana era “el cabaret de los Estados Unidos”, con la ciudadanía esclavizada.

    Ocurrió lo peor de lo que podría haber sucedido, y la falta de libertad se ha confabulado con la pobreza para diseñar una cárcel de harapientos en una hermosísima isla del Caribe.

    España es, por razones históricas, el país más hermano de Cuba. De entre todos los del mundo, incluidos los de su vecindad geográfica, nadie tiene tan unida su sangre y sus costumbres y su lealtad a Cuba como le sucede a España. Por eso, en estos delicados momentos, procede apoyar al pueblo cubano, y abrir todas las posibilidades de que la salida de la dictadura castrista sea muy pronto una realidad. Aquí sabemos bien la asignatura de la transición desde una tiranía hasta un sistema democrático; conocemos a la perfección una ruta que, aún con errores y defectos, nos ha llevado a un país en libertad.

    Los excarcelados cubanos no son muy optimistas con la sensación de que a su país le ha llegado la hora del final de la dictadura. Son los países libres los que les deben inculcar ese optimismo, porque a ellos quizá les falte perspectiva para percibir el final de su pesadilla. Y esa actitud es muy noble: consideran que unas soluciones parciales no resuelven el problema, por mucho que lo alivien en sus casos individuales.

    En fin, que para España lo que ocurre en Cuba es un “asunto interno”, con el corazón en la mano, y no un “esnobismo” ni un exotismo de quien quiere dar lecciones… Y es, sobre todo, un compromiso con la libertad, de la que Cervantes decía que era el don más preciado que los hombres han recibido de los dioses.