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Después del verano

Después del verano

martes 20 de julio de 2010, 22:03h
Decíamos ayer, cuando nuestros cuerpos aún no habían rozado la arena de la playa ni saltado gozosamente las olas, decíamos ayer, digo, que mucha gente no ha tenido vacaciones. Es evidente que si no hay trabajo tampoco existe derecho a merecidos descansos.

Pero hay gente que sí, gente que ha holgado como es menester en el otrora llamado de forma harto cursi “período estival”.

Dejas tu casa, tu lugar, tus cosas, metes en una maleta la ropa y calzado que te parecen oportunos, llenas el neceser (curiosa y hermosa palabra) con los necesarios, valga la redundancia, productos de aseo en pequeñas dosis, y te encaminas a buscar otro lugar, otra casa, otras cosas, acaso otras personas, paisajes, experiencias, etcétera.

Y luego vuelves. Retornas con el estupor de los humanos cuando comprendemos que todo se acaba. Con la certeza de que el tiempo de holganza es mucho más breve a nuestro entender que el tiempo de afanes y trabajos cotidianos. Observe, improbable lector, cuan rápida se escapa la mañana de fiesta. Ésa en que todos nuestros afanes se concentran en dilucidar en qué lugar colocaremos la toalla, la sombrilla; ese pequeño campamento de supervivencia en las arenas. Antes de que te des cuenta siquiera, llega la hora del aperitivo, el momento glorioso del vermú a la sombra, de las aceitunas rellenas, las patatas fritas, el pescadito… ¡Ay!

Vuelan los días en que no sabemos (ni nos importa) qué día de la semana es éste, en que nos sorprenden las noticias graves porque la levedad marca nuestros tiempos de ocio.

Decía que volvemos. Deshacemos la maleta, reubicamos los productos del neceser y guardamos ese bagaje en el armario, sin saber cuándo volveremos a organizar otra escapada, la huida de lo cotidiano, de lo monótono, lo conocido…

Pero no nos equivoquemos. Hay también un placer en el retorno. Un recuperar nuestro sitio en el mundo. Volver a ser quienes éramos y no los turistas desocupados en que nos convertimos por un tiempo.

Antes me gustaba del otoño la sensación de recogimiento. Los primeros días en que el cuerpo te pedía una cazadora. El aroma de los lápices en plumieres escolares. Los libros nuevos para el curso nuevo. El reencuentro con tus colegas.

Ahora… Ahora volvemos de la vacación como un ejército derrotado de pieles morenas que pronto serán pálidas. Vemos a los colegas igual de mustios que nosotros. Nos contamos los avatares de los días del verano y, secretamente, planeamos un nuevo viaje, otra escapada, la pequeña huida de nosotros mismos.

Y, a esto iba, aunque he tardado en llegar, nos hacemos viejos ansiando vacaciones futuras, fines de semana con encanto, puentes y acueductos en el calendario cada vez más mermado, con menos hojas, leve y ligero deslizándose hacia la Navidad, el fin del año… El fin.

No. No tengo depresión post vacacional. Es cursi e indecente tenerla en estos tiempos.

Tengo el firme propósito de:
1.    No comprar ni un solo coleccionable absurdo de los que llenan los quioscos de prensa.
2.    Recordar cada mañana que el tiempo vuela, sea invierno o verano, esté de vacación o trabajando.

Pero me temo que esos firmes propósitos se esfumarán en breve. Por eso los dejo escritos, para no olvidarlos, para no dejar que las hojas del calendario se escapen raudas entre los dedos, a lo tonto. Se pasa el verano y llega el otoño, hermosamente simbólico, con los tonos dorados en las otras hojas, las de los árboles, que anuncian su muerte, pero lo hacen deslumbrándonos. Eso es hermoso. Sí.

Ana Ruiz Echauri. Periodista.
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