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Los huelguistas y los controladores que se controlan

miércoles 11 de agosto de 2010, 10:10h
En esta primavera-verano hemos asistido a dos episodios -tres si sumamos la convocatoria de huelga general- en los que los conflictos laborales han movilizado a la sociedad en contra de los colectivos implicados. Hablo de los controladores aéreos y los trabajadores del Metro de Madrid. Todo ello parece que quedará en la retina de los ciudadanos y será difícil olvidar algunas cosas.

Por ejemplo, en Madrid. Lo sucedido en torno a la polémica del Metro ha quedado grabado en las memorias de los usuarios de este transporte público absolutamente prioritario y necesario para los madrileños. Si algo se evidenció en la última huelga, durante el mes de junio, es que Madrid es un caos absoluto sin el metro. Nada funciona igual en la capital sin el suburbano, con una red de autobuses que ni de lejos puede suplirla. Pero lo que quedó es la sensación casi de enemistad con este colectivo laboral. Fueron unos días duros en los que a los ciudadanos les entró un sentimiento de aversión frente a los trabajadores del Metro. Es difícil ver, casi 2 meses después, algún control de revisión de billetes, algo habitual en los pasillos del suburbano.

Y cada vez que un vagón no tiene aire acondicionado y el 'efecto horno' comienza a llegar, a los viajeros se les viene a la cabeza los días de servicios mínimos, en los que más de un tren apagaba 'accidentalmente' este servicio tan necesario para el confort e incluso la salud de los usuarios.

En cuanto a los controladores aéreos, los actuales protagonistas de la actualidad, qué más podemos decir. Como sucede con los trabajadores del Metro, cuando un colectivo laboral puede ejercer la fuerza para paralizar servicios básicos en la sociedad y la actividad económica, su presión es mayor. Pero los controladores han visto cómo las leyes de la física demuestran que cuando uno ejercer una fuerza, una presión, termina recibiendo una de la misma intensidad en sentido contrario.

Así, han tenido finalmente que ceder y aparcar, de momento, su intención de iniciar una huelga en pleno mes de agosto, con las vacaciones de miles y miles de personas en juego. No es demagogia: no se puede sacrificar el esfuerzo económico de las familias por tener unos días de ocio y descanso con el único objetivo de protestar por una situación laboral. Sobre todo cuando afecta de manera tan grande. Y además, queda cuestionar si un colectivo que tiene unos honorarios tan elevados puede permitirse una queja así en plena crisis económica, con 4 millones de parados o miles y miles de trabajadores que han visto rebajado sus salarios.

Ahora bien, tampoco venía a cuento que llegara el portavoz económico del PP, Cristóbal Montoro, y dijera aquello de que las huelgas generales deberían "erradicarse por ley". Ni una cosa ni otra. No hay que olvidar que es un derecho constitucional. El caso es que en septiembre, ya lo saben, tenemos el siguiente conflicto, y muy serio: la huelga general que UGT y CCOO convocaron para el día 29. Ojalá se pueda evitar con una negociación de última hora en la que todos los frentes queden satisfechos. Pero no parece posible, para ser sinceros...
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