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ETA no tiene crédito; tiene que pagar al contado

ETA no tiene crédito; tiene que pagar al contado

domingo 05 de septiembre de 2010, 20:18h
   Tener crédito es la condición para obtener un préstamo: su soporte  es la solvencia, que significa un balance positivo en la expectativa que determina depositar confianza en quien solicita apoyo. ETA no tiene solvencia ninguna y su palabra es papel mojado. Dicho todo esto, es importante la muestra de debilidad que confirma el comunicado ambiguo de una tregua sin matizar. Pero, soportado en su falta de confianza, lo que diga o calle el comunicado no es relevante porque ya nunca jamás las promesas podrán sustituir a los hechos desde que en la terminal 4 de Barajas murieran asesinados dos ciudadanos ecuatorianos residentes en España.

   El anuncio de ETA, que no obstante lo anterior, tiene que ser analizado con cuidado, puede ser también un clavo ardiendo en donde el Gobierno tenga la tentación de agarrarse en la caída libre en la que está inmerso; pero es al mismo tiempo una espada de Damocles por dos razones: los ciudadanos no se emocionan con la posibilidad de una paz concertada, porque al contrario de lo que ocurrió en el proceso anterior, la ciudadanía cree mayoritariamente que esta es una batalla ganada; en consecuencia, cualquier concesión hacia ETA del tipo que fuera sin una rendición previa, sería interpretado como una mutación de la fortaleza actual de la sociedad española por un síntoma gratuito de debilidad o de oportunismo político.

   El problema debe mantenerse donde realmente existe: en la organización terrorista y en su entorno político y convendría tener claro que este anuncio es un factor más de las contradicciones de un movimiento a la deriva en la que el dejar de matar es sólo una decisión táctica motivada por la presión policial, por el retroceso en influencia social y, sobre todo, por un sector de la llamada izquierda abertzale que sabe que no tiene futuro fuera de las instituciones y se ha creído, por la firmeza de Gobierno y oposición, que su institucionalidad depende únicamente de su desvinculación radical de ETA o de la disolución de la banda terrorista.

   Administrar la victoria es más difícil, a veces, que dirigir la derrota. El Gobierno tiene enfrente una encrucijada que puede convertirse en balón de oxigeno o en trampa mortal. Cuando un gobierno o una partido está en estado de desgracia, la física política determina que las ventajas pueden tornarse en inconvenientes. Cualquier gesto que demuestre oportunismo del Gobierno para beneficiarse políticamente de un hipotético final de ETA, será usado en contra de él.

   Ha cuajado la idea de que el final de ETA está cercano y nadie quiere un atajo en el que la dignidad del Gobierno puedo parecer en entredicho; ocurre lo contrario del tiempo en que mucha gente pensaba que a ETA no se le podía vencer y había que negociar con ella. Ahora mismo, cualquier signo de debilidad frente a la ambigüedad de la banda será letal para quien lo promocione.

   Observar, hablar poco y exigir mucho debe ser el código de comportamiento de una acción concertada del Gobierno y los demás partidos.

   Como ETA no es confiable, no tiene crédito; y en consecuencia no se  le puede prestar nada: tiene que pagar al contado y el precio es la entrega de las armas y una rendición sin condiciones; sólo después se pueden estudiar algunas medidas que suavicen la situación de quien se arrepienta con gestos claros y pida perdón a las víctimas.

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