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Una semana después

Una semana después

miércoles 20 de octubre de 2010, 09:38h
Se cumple una semana del rescate de los 33 mineros  chilenos enterrados en una mina de cobre en el desierto de Atacama. El tiempo suficiente para que a una operación que fue seguida por centenares de millones de personas de todo el mundo, y que interesó y que conmovió y que apasionó se le añadan, hoy, otras circunstancias, como las lamentables condiciones de inseguridad en que desarrollaban su trabajo los mineros. Y prueba de ello es que unas horas antes del derrumbe que los sepultó, el pasado 5 de agosto, los mineros habían advertido a los responsables de la empresa que “los crujidos de la roca a 700 metros de profundidad eran más fuertes que de costumbre”, por lo que pidieron salir a la superficie, algo que les fue negado por el gerente de la explotación.

Bendita operación rescate, elogiada por los técnicos de todo el mundo, por los más acreditados expertos en salvamento minero. Pero mejor hubiese sido haber evitado este calvario de 70 días en el infierno, y que terminó bien porque a las buenas prácticas en la operación, en las que hasta la NASA colaboró, se unió la buena suerte, que hizo posible el milagro.

Ahora los 33 mineros se han  convertido en personajes populares, que reciben invitaciones de todo el mundo para acudir a los actos más diversos, a platós televisivos y hasta a pasar la Navidad en Tierra Santa. Pero muchos de ellos, aún en la emoción de volver a abrazar a sus familiares y de ser tratados como “héroes”, no se resignan a guardar silencio sobre las condiciones inhumanas de su trabajo, y están dispuestos a aportar su testimonio ante la comisión parlamentaria que investiga el suceso.

Los mineros veteranos saben muy bien que las galerías subterráneas están vivas, que suenan, crujen, como queriendo avisar o advertir de que se va a producir un derrumbe. Y esto ha pasado en la mina chilena de San José. Pese a las advertencias, se produjo el derrumbe y, después de dos meses y pico, hubo un final feliz. Pero mejor será escuchar a los supervivientes, hacerles caso y que, en el futuro, ni en Chile ni en cualquier otro país del mundo se llegue a una angustiosa “situación-límite” que, al parecer, se podía haber evitado.


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