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La contracrónica de los Premios Príncipe de Asturias

La contracrónica de los Premios Príncipe de Asturias

sábado 23 de octubre de 2010, 12:36h

No sé, quizá sea porque este año ya no estaba al frente el eterno director de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García; quizá porque me irritó que se mantenga la relativa ausencia de los príncipes y de los premiados con respecto a los invitados y prensa que concurren a los salones del Hotel Reconquista de Oviedo; acaso porque los premiados, excepción hecha de los de ‘la Roja’, tenían un perfil más anodino…Qué se yo. El caso es que esta trigésima edición de los Premios Príncipe de Asturias me pareció algo más insulsa, menos entusiasta.

Bueno, la verdad es que el Príncipe sí departió generalidades con algunos grupitos, a la hora del bufé al mediodía, con muchos menos invitados y unas viandas algo más austeras que en ediciones anteriores; la crisis también llegó a estos ‘Nobel a la española’, como alguna vez se quiso (nunca entenderé por qué no hacen unos ‘Príncipe de Asturias a la iberoamericana’, dejando de premiar a científicos raros y literatos que se expresan en francés, árabe o inglés, para no hablar ya de los galardones a la comunicación y a la concordia: ¿es que no tenemos a nadie a quien premiar que hable en español?)

A la Princesa no la vimos los mortales de a pie que deambulábamos por los pasillos del Reconquista, entre la ‘buena sociedad’ ovetense invitada al coctel vespertino, todos por cierto tan desorientados y peripatéticos como los chicos de la prensa, que este año, en su versión ‘santones’, acudieron en menor número a esta XXX edición; no me extraña: yo tampoco acudiré el año próximo si sigue la política de ‘puertas cerradas’, de manera que los chicos de los medios no puedan tener un contacto libre y fluído con la pareja principesca, con los ministros/as y notables que acuden y con los premiados.

 Sí vimos a la asturiana doña Letizia en la entrega de premios oficial, siempre brillante y de acuerdo con la moda que ya es tradicional: himno nacional con gaiteros a la llegada, despedida con los mismos gaiteros a los acordes del ‘Asturias patria querida’, que ahora ya no se canta, quién sabe si para evitar que el pobre obispo tenga que entonar aquello de las flores ‘pa dárselas a mi morena, que la tengo en el balcón’. Estaba la princesa seria –últimamente se la ve así con excesiva frecuencia--, elegantísima con un traje negro con lentejuelas, me pareció que algo distante, del brazo del Príncipe, que se lleva todas las miradas, masculinas y, claro, femeninas y que hizo, creo, un buen discurso (redactado personalmente por él, me dicen), alentando a los decaídos españoles a ser “ejemplo de superación y grandeza”.

Como ‘la Roja’. Los chicos de la selección, mucho más que Amin Maalouf, mucho más que Manos Unidas, que los chinos de los guerreros de terracota o que el trío de científicos que han descubierto nadie entendía bien qué (lo siento), fueron los que se llevaron los aplausos más fuertes. Incluso el discurso de Del Bosque, que bien se lo podrían haber confeccionado con un poco más de altura de vuelo, fue ovacionado. No digamos ya a los Casillas, Xavi, Llorente

Por cierto que el seleccionador nacional, a la hora de recoger su premio, tuvo el gesto de acercarse al ‘presi’ Villar (¿?) y a Aragonés, que andaban por allí entre el jurado, y sacarlos para que recibiesen su aplauso junto con los diez jugadores de la selección que, finalmente, obtuvieron el visto bueno de sus entrenadores para acudir. Lástima que faltasen Iniesta y Villa, por ejemplo, por culpa del egoísmo del entrenador Pep Guardiola y de la negativa de Roures/Sexta de transmitir los partidos a otra hora. Pero así es el futbol (y sí, Sara Carbonero, bellezón, andaba por allí. Lo mismo que la copa, y algunos afortunados hasta pudimos fotografiarnos con ella, con la copa, digo).

Trío de ministras: Sinde, Garmendia y, claro, Pajín (por lo de Manos Unidas o el premio a los transplantes, supongo). No quisiera convertir esto en una crónica de ‘couché’, porque tampoco sé hacerlo, pero esta última flamante ministra, tan grosera y lamentablemente vituperada por el alcalde de Valladolid, no acaba de acertar  ni en sus vestimentas ni en su ‘look’ general, pese a sus evidentes esfuerzos en este sentido; y eso, el aspecto también importa en un ministro/a.

Llegué al Teatro Campoamor acompañando al presidente de Cantabria, único líder autonómico que suele acudir a estos premios, y que cada año se da un baño de masas en su paseo a pie entre el Reconquista y el histórico teatro. A Miguel Angel Revilla, a quien sin duda le gusta –y a quién no—que le aclamen, se le humedecían los ojos cuando algunos le gritaban “vente pacá pa presidirnos tú”, y cosas similares. Los coros de gaiteros, numerosos por las calles ovetenses, inigualables en este día, se quieren fotografiar con él, los niños le besan, las señoras mayores le lanzan piropos, ante el desconcierto de la tímida Aurora, la mujer del presidente cántabro…No me extrañan los celos de su colega asturiano, Areces, que no quiere invitar al vecino ningún año.

Y salí del Teatro Campoamor, bajo un mínimo orballu. Meditando en lo que había visto y en lo que echaba de menos. No puede ser que ofrezcas a Clint Eastwood un premio solamente a cambio de que asista y que el genial actor diga que no, que no puede, que tiene cosas más importantes que hacer. Iberoamericanicemos estos premios, démoselos a notables de nuestras ciencias, de nuestras letras, de nuestro periodismo (¿para cuándo a Luis del Olmo, que ha cubierto radiofónicamente las treinta ediciones de estos premios?). A gentes que se enorgullezcan de poseer el galardón que les entrega el futuro Felipe VI.

Y, sobre todo, por Diossss,  que los príncipes aprovechen la ocasión para tomar contacto directo con sus gentes, para estrechar las manos del pueblo llano que los aclama. Porque mucho más peligroso que el paseo por unas calles inolvidables, y muy bien vigiladas, es no poder, o no querer, dar ese paseo.

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