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No me extraña que la campaña catalana no interese a casi nadie…

No me extraña que la campaña catalana no interese a casi nadie…

lunes 15 de noviembre de 2010, 03:21h

Enfilamos la recta final hacia las elecciones en la Comunidad Autónoma de Cataluña. Y, tras un viaje relámpago -poco demostrativo, lo confieso- por tierras catalanas, tengo la impresión de que el interés del electorado por la campaña que discurre por-los-cauces-de-siempre es perfectamente descriptible: escaso. Para qué hablar ya del resto de España: me parece que casi todo el mundo tiene la impresión de que dará lo mismo que gane el convergente nacionalista Artur Mas o el socialista, también nacionalista a su modo, José Montilla, capaz, diga lo que diga, de volver a montar un tripartito o cuatripartito, o lo que haga falta, con tal de no abandonar el sillón de la Generalitat en la plaza de San Jaime. Lo cual no quiere decir, claro está, que Mas no hiciera lo mismo en cuanto tuviera la oportunidad, que la tendrá. Entonces ¿qué esperar de las urnas el próximo día 28?¿En qué cambiarán las cosas para el simple ciudadano catalán, para los ciudadanos de toda España?

Solamente cambiarían las cosas, tengo la impresión, en el caso de que Convergencia i Unió llegase a algún tipo de pacto para gobernar -si así lo necesitase- con el Partido Popular. Es algo posible -más difícil parecía en el País Vasco, y ahí está el pacto, sólido a pesar de todos los escollos-Eguiguren que algunos le quieran poner-. Y me parece que deseable: el PP es el único partido entre los importantes de Cataluña que aún no se ha forjado en un Govern, y ahora sus dirigentes y el grueso de sus militantes más destacados parece que han encontrado una vía de convivencia entre el sentimiento nacionalista, o catalanista, de la mayoría de la población y los postulados más sacrosantos de la formación que lidera Mariano Rajoy.

Siempre me pareció un error, al que tenía perfecto derecho quien lo cometió, la presentación de un recurso de inconstitucionalidad contra el Estatut; creo que el PP lo ha lamentado más de una vez, naturalmente muy en privado. El texto es una chapuza, pero se ha convertido en la nueva senyera contra el ‘intervencionismo’ del Estado ‘centralista’ (ponga usted cuantas comillas quiera). Ese texto, aunque a nadie le guste ahora proclamarlo en voz demasiado alta, no encaja en la actual Constitución de 1978, de la que dentro de tres semanas se conmemorará un nuevo aniversario, cada vez en medio de un mayor clamor favorable a su reforma. Pero el ‘seny’, la prudencia de todos y también el miedo a que algo salte hecho irreversiblemente añicos han provocado que, día a día, se vaya consolidando el texto estatutario sin mayores problemas ni tensiones. Y, de hecho, me da la impresión de que nadie, y el PP menos que nadie, está demasiado interesado, en los mítines de la campaña, en resaltar contradicciones e incumplimientos a los designios del Tribunal Constitucional. Ahora no toca, que diría el gran Jordi Pujol…

Quizá después de las elecciones, cuando un nuevo Govern, con un nuevo president, comience a andar, sea factible hacer algunas revisiones, de un lado y del otro. Pero está claro que, para ello, hará falta que los dos principales partidos nacionales se pongan de acuerdo en algunas cosas fundamentales, y eso no va a ocurrir, lamentablemente, hasta después de las elecciones generales de 2012, que abrirán un período de cambios sustanciales en el entramado legal, económico, territorial y social de este país. Hasta entonces, todo serán vendas provisionales que no curarán las heridas, pero las disimularán.

Eso, esas vendas, es el símbolo de esta campaña, donde ni por asomo se tocan en profundidad los grandes temas planteados en relación con la implantación de Cataluña en España. Una campaña donde parece que finalmente habrá que descartar debates importantes ‘cara a cara’ entre los principales candidatos. Una campaña, en fin, con sordina, con pies de plomo. ¿Cómo pretende alguien que una campaña así pueda interesar al electorado y, menos aún, al resto de los españoles? Pues eso: que quizá ahora no convenga tanto interés. De ahí la sordina, quizá. Y los pies de plomo.

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