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Calderilla de millones

Calderilla de millones

miércoles 08 de diciembre de 2010, 02:18h

"Luce como un millón de dólares", dicen los americanos para indicar que algo es bonito, pero como lo que fueron en sus días nuestros 'reales', el millón de dólares se ha devaluado de tal forma desde que empezaron las maniobras para salir de la crisis que un millón va hoy en día camino de la calderilla.

No hace mucho tiempo que el déficit norteamericano se medía en miles de millones de dólares, pero desde que se desató la crisis inmobiliaria, lo que hoy se barajan ya son billones y, más sorprendente aún, hay todo un ejército de políticos y economistas 'progres' que aún piden más deuda.

La última versión es el acuerdo logrado entre el presidente Obama y los líderes republicanos que se aprestan a disfrutar de la mayoría en una de las dos cámaras a partir del próximo enero: según como uno lo cuente, equivale a 700.000 millones de dólares o a más de un billón.

Curiosamente, esta generosidad oficial ha despertado entusiasmo entre los teóricamente ahorradores y frugales republicano y ha vuelto contra Obama a sus correligionarios demócratas. Algunos de ellos, como el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, consideran que el gobierno federal no gasta bastante para estimular el consumo y las inversiones.

Todos los demócratas le echan además en cara que mantenga los recortes fiscales aprobados por Bush, consideran que ha cedido demasiado para ganar demasiado poco y los medios informativos aprovechan despiadadamente sus archivos para poner repetidamente en sus pantallas sus múltiples promesas de "acabar con los regalos a los más ricos".

En una irónica simetría, Obama se encuentra en la misma situación que el primer presidente Bush, cuya promesa electoral de "leed mis labios: no habrá más impuestos", se convirtió en una traición a los conservadores cuando tuvo que aceptar mayor presión fiscal.

La gran diferencia es que los conservadores nunca se fiaron mucho de Bush-1, que les parecía un centrista peligrosamente dispuesto al compromiso y a escuchar las opiniones contrarias, mientras que Obama fue la gran esperanza de la progresía, que hoy se siente traicionada y frustrada.

Peor aún, los demócratas no tienen a quien recurrir: a diferencia del Partido del Te, que acoge a los conservadores desilusionados, no pueden hallar consuelo ni siquiera en sus legisladores, pues muchos de ellos se vieron destronados en las últimas elecciones.

Mientras la batalla ideológica continúa, Obama, como todos sus predecesores, se enfrenta a su obligación diaria de gobernar y hacer compromisos que ni sus más optimistas beneficiarios esperaban: para que la clase media pueda mantener las ventajas fiscales de los últimos años, no subirán los impuestos de nadie, ni de los Bill Gates, George Soros y otros magnates.

Tan solo habrán de pagar más en la cuestión de herencias, que habían estado en un 55% y quedaron totalmente libres con George Bush 2: a partir del 2011 tendrán un tipo máximo del 35% por encima de los 5 millones de dólares por persona, o 10 por familia. El seguro de desempleo, que hoy en día cubre casi dos años, se extenderá por 13 meses más y todos los empleados, sin distinción, ricos y pobres, verán una bonificación en sus deducciones sociales del 2% anual.

Las calculadoras de cerebros más o menos independientes no paran de mostrar lo insostenible de la situación: la deuda federal es de casi 14 billones de dólares, pero la deuda total del país, es decir, la federal, la de los 50 estados, administraciones locales, instituciones financieras y de particulares, se acerca a los 54 billones, lo que arroja una escalofriante deuda por persona de más de 176.000 dólares, o 671.000 por familia. En contraste, el ahorro familiar es en promedio de tan solo 10.000 $ y el PIB de 14,6 billones.

Los acuerdos que se empezaron a fraguar el lunes significan otro billón más y tal vez no han provocado mayor pánico porque en este mar de deuda, no viene de billón más o billón menos: los republicanos no se alarmaron por el déficit, sino que se felicitaron de que nadie pagará más y lo que molestó a los demócratas tampoco fue el déficit, sino las ventajas de los ricos.

Ni las bolsas se inquietaron y continuaron su subida, ni siquiera el oro reflejó preocupación alguna, pues esta valor de refugio incluso bajó un poco. Quizá eso sea lo más comprensible: la gente compra oro para defenderse de la inflación y Estados Unidos va más bien por el camino de la deflación al estilo japonés.

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