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La tontería de encarecer el tabaco

La tontería de encarecer el tabaco

martes 04 de enero de 2011, 18:16h

Ahora que el tema está de moda, dada la reciente entrada en vigor de la prohibición de fumar en espacios públicos cerrados, cabe señalar que esta medida -más allá de su oportunidad, discutible según como se mire- sí que puede ser eficaz para contribuir al abandono del tabaco o, como mínimo a la disminución de su consumo.

Harina de otro costal son, si se busca el mismo efecto, los aumentos del precio del tabaco. Por cierto que, una vez más, con el último no tengo claro -como me pasó la vez anterior- si los porcentajes de incremento anunciados por el Gobierno se han cumplido o si la subida ha sido superior a la inicialmente publicitada. En la última ocasión, tengo la sensación de que fue así y ahora me da en la nariz de que se ha repetido la historia.

Pero todo esto da igual: es más, aunque perjudicado (el lector adivinará que soy fumador), siempre me he manifestado a favor de que inhalar humo sea más caro si con ello se compensa la facilidad de acceso a los productos de verdadera necesidad primera. Y, sobre todo en los tiempos que corren, si hay que subir alguna tasa impositiva que sea sobre el tabaco o el alcohol.

Ahora bien, lo que sí me irrita profundamente es que se diga que con el encarecimiento se busca proteger mi salud. Ni aunque la máxima fuera verdad. Éste es mi problema: si me quiero morir, allá yo. Como digo, en cambio, puedo mostrarme afecto si se me dice que de alguna partida hay que sacar dinero. Fijémonos, pues, también, que no entro en la cuestión paralela del discutido perjuicio que pueda causar a la Seguridad Social el hecho de fumar (teorías hay que explican que los gastos que comportan los fumadores se compensan por el índice más prematuro de muertes de los mismos).

Por tanto, si la tesitura es la de un inadecuado desvelo por mi integridad física, casi me dan ganas de incitar a que el libre albedrío nos lleve a recortar otros gastos para poder plantar batalla a la guerra gubernamental: a la lucha para que no se salgan con la suya.

Y, desde luego, pienso que, además, las estrategias planteadas en la lucha antitabaco pensando en el bolsillo son de tal inocuidad que hasta calificarlas de ingenuas parecería poco crítico.

Entonces, es en este sentido que tengo para mí que los esfuerzos gubernamentales para luchar contra el consumo del tabaco son inútiles. De hecho, está demostrado que los continuos aumentos de precio no han sido factor determinante en la reducción del número de fumadores. Y tiene su lógica -incluso para alguien, como yo, que es un desastre en matemáticas-.

Esto es porque el perjuicio que causa a la economía personal es, en definitiva, imperceptible. No digo que no sea importante, pero sí que no se percibe con gran efectividad -aunque el aumento, por importante que sea, provoque una primera reacción de, digamos, una milésima de segundo, sobre si hay que replantearse la adhesión al vicio-.

Y ello es porque el mazazo no es repentino sino que, en todo caso, uno reflexiona sobre el perjuicio económico creado por el encarecimiento cuando, por casualidad, un día le da por hacer retrospección.

Concienciación inútil, por otra parte, porque, sin caer en la cuenta, es muy fácil que ese pequeño ahorro diario se haya desviado a otros menesteres. Tampoco vale la falacia, muy en boga, de la posibilidad de pensar que la reserva pecuniaria pueda conllevar unas buenas vacaciones: la mira económica del día a día no suele dar para tales elucubraciones. Al margen de que, sobre todo en épocas de bonanza y aunque sea escaso, el aumento de sueldo anual suple con creces el desvarío en el precio del tabaco.

Más aún, si no es así, aun hay otras fórmulas compensatorias: por ejemplo, sólo suprimiendo el desayuno diario en el bar, se sigue logrando el superávit. O, más directamente, cambiando a fórmulas de consumo de nicotina basadas en tabaco de liar, aún a años luz, por lo que al coste afecta, del cigarrillo estándar. Y ya no digamos si uno se ahorra, por poner un ejemplo, doscientos euros en aquellos pantalones que le gustaban pero no necesitaba tanto como fumar cada día... ¡Y anda que no hay margen aquí, por ejemplo!.

Vaya, que combinaciones hay muchas. Y, si no las hay, lo peor es que, como siempre, la medida sólo va afectar a quien menos tiene. Aunque, en este caso, haya que tener muy, pero que muy poco (y como cada vez parece estar más de moda pedir tabaco al primero que pasa... pues ni así).

En definitiva, lo que quiero sugerir a las autoridades competentes es que puede ser más efectiva la persuasión que la voluntad de imposición -con argumentos espurios- si esta conlleva, además, dar palos de ciego. Porque, con algunas medidas implementadas en los últimos tiempos -sin contar, como ya decía, la de la prohibición en espacios públicos cerrados-, es evidente que los resultados efectivos brillan por su ausencia.

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