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Claveles en las bocachas, silencio en las cancillerías

Claveles en las bocachas, silencio en las cancillerías

sábado 12 de febrero de 2011, 17:39h

La primera vez que ví claveles en las bocachas de los fusiles fue como corresponsal en Portugal, 25 de abril del año 1974: los militares, hartos de la guerra colonial africana, se rebelaron contra el salazarismo de Marcelo Caetano. Y las gentes, entusiasmadas, abrazaban a los soldados colocando flores en los cañones que antes habían reprimido a los ciudadanos. No había vuelto a percibir una alianza tan clara entre el pueblo y los ejércitos hasta hace pocas semanas en Túnez, cuando se reprodujeron las imágenes que treinta y seis años antes dieron origen a la denominación “revolución de los claveles”. En Egipto, la multitud de la desde ahora célebre plaza Tahrir –algún día habrá que dedicar un poema a la influencia de las plazas en la marcha democrática de las naciones—aclamaba y abrazaba en la tarde del pasado viernes a los tanquistas, diciendo adiós al dictador Mubarak.
 
Curioso: la diplomacia no ha jugado ni una baza en Portugal, ni en Túnez, ni en Egipto. ¿Quién recuerda que el secretario general de las Naciones Unidas, “un tal Ban Ki-moon”, haya dicho una sola palabra interesante en el conflicto que agita al norte de Africa? ¿Qué ha hecho el presidente del otrora imperio, el carismático Obama, sino cerificar los resultados dictados por los manifestantes? Y ya, si me permite usted hablar del papel jugado por los representantes de Exteriores europeos --¿cómo dice usted que se llama la ‘superministra’ de la UE?¿Ashton?—y, en concreto, por la ministra española del ramo, diría que no ha sido escaso: ha sido nulo. ¿Podría usted, por ejemplo, jurarme que la voz de Trinidad Jiménez ha aportado algo sustancial al análisis del devenir de las cosas en Túnez, en El Cairo?. Claro que no: es que ni siquiera se ha atrevido a aclarar el papel de una parte de nuestros diputados visitando ese Estado de parlamentarismo tan acendrado como es la Guinea Ecuatorial de Obiang Nguema. Nunca el Ministerio español de Exteriores anduvo tan silente. Echo de menos a Moratinos, palabra de honor.
 
No, no es la hora de la diplomacia, sino de esa ya citada alianza entre el pueblo y las Fuerzas Armadas, que es un eslógan de crisol revolucionario que siempre  me ha dado miedo. A mi entender, el sitio de los militares reside, en una democracia, en los cuarteles, obedeciendo al poder civil y defendiendo las fronteras. Que excepcionalmente salgan a instaurar la democracia en el Rossío o en Tahrir no me impide olvidar que hicieron lo contrario en Tiananmen en 1989 o en Tlatelolco, en 1968.  Y, naturalmente, no puedo olvidar que dentro de diez días ‘celebramos’ en España el 30 aniversario del intento de golpe de Estado protagonizado por un par de generales cegados y un teniente coronel  enloquecido; aunque, desde luego, tengo que reconocer el papel ejemplar que, en conjunto y salvando algún episodio aislado, han jugado las Fuerzas Armadas españolas en nuestra bastante afortunada transición a la democracia.
 
Ignoro en qué parará lo de Túnez o lo de Egipto, o si habrá ‘contagio de la revolución de las plazas’ a Libia, Yemen, Argelia o…Marruecos, aunque esto último me costaría bastante creerlo. No soy un especialista de tantos como ahora aparecen en las tertulias pronosticando el futuro inmediato del norte de Africa, ese futuro que los ‘cabezas de huevo’ de las cancillerías no supieron predecir porque nunca diagnosticaron con exactitud el presente ni, al parecer, analizaron con rigor el pasado. De hecho, confieso que tengo pocas explicaciones para lo que está ocurriendo –no, tampoco son Google o Facebook las causas de nada de esto que está pasando; no habia Internet en Portugal en 1974, ni en México en 1968, ni en China en 1989--. Sólo sé que, pasada la primera euforia de las lágrimas de contento por la libertad recobrada en cualquier parte del mundo, no deja de producirme una comezón inquieta la fotografía, esté tomada donde esté tomada, de los claveles en la boca de los fusiles.

 

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