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El esplendor árabe

El esplendor árabe

lunes 28 de marzo de 2011, 23:51h
Mueren las madrazas y amanece un gigantesco foro al que ni Gadafi habrá podido silenciar Desde los tres últimos siglos del primer milenio de nuestra era, los árabes no asombraban al mundo como lo están haciendo al presente. Entonces, como ahora, unas tribus marginales, más allá de la civilización conocida, justo entre el mundo bizantino y los persas que tanta guerra dieron a los griegos de 1.200 años antes; unas tribus, nómadas casi todas, arrancaron desde sus escasos centros poblados: Meca y Medina los realmente significativos, para imponer su nueva fe, la misma que les había hecho despertar. El mundo árabe, en efecto, sin esa nueva religión: el Islam, hubiera permanecido al margen, posiblemente para siempre. Esa religión, el tercer brote del fértil monoteísmo semita, mostró un vigor tal que, apenas 90 años después de ser predicada por el profeta Mahoma, tribus bereberes conversas, a muchos miles de kilómetros de distancia, cruzaban el estrecho de Gibraltar y se imponían en la península ibérica. Allí crearían uno de sus más ricos califatos, el de los Omeya en Córdoba. Cuando las Cruzadas les sorprendieron, en los primeros cien años del segundo milenio, ya la civilización árabe lucía postrada y agotada. La aparición de Saladino, el kurdo más famoso de la historia, sólo fue un relámpago en aquella larga noche. Cuando el Islam vuelva a brillar ya no será con los árabes: tocó el turno a las tribus turcómanas que, desde las estepas del Asia central, en 1457 tomaron Constantinopla a la que rebautizaron Estambul. Serían, hasta dos siglos más tarde, el terror de la Europa cristiana. Para el mundo musulmán, Europa siempre ha sido un espejo tentador, pero también amargo y detestado. Por eso, a nadie se le ocurrió imaginar cómo Europa y su hermana Norteamérica, en el mismo momento en que asumieron al petróleo como fuente de energía, sacarían a los árabes de su letargo. El petróleo del siglo XX fue el príncipe encantado del desierto: despertó de la oscura postración a todo un mundo y con ello destapó la caja de Pandora. Cuando el siglo XXI comenzó a correr ese mundo ahíto de dinero yacía en manos de unos sátrapas que recordaban otras épocas. Monarquías corruptas cuyo único contacto con su suelo era el de las sandalias que calzaban y un nuevo espécimen que popularizó el siglo XX: el autócrata de brutalidad medieval y golosas chequeras que intentaban marear a todos -a sus gobernados en primer lugar- con la verborragia que Lenin legó al siglo. Gadafi ha sido un modelo emblemático de semejante fauna. Cuando amaneció el año 2011 sólo el Líbano albergaba una semblanza de régimen democrático, acosado por los enemigos que rugían en su vientre y en sus alrededores. Una que otra medida en dirección democrática tímidamente se ensayaba en Kuwait, y en los emiratos del Golfo Pérsico la más luminosa, Al Jazeera. De pronto, en Túnez, donde nadie lo esperaba, un singular suicida optó por la inmolación y lo que estaba ya cuajando brotó feroz. Como si todos estuviesen esperando el grito de "¡Partida!", la caída del veinteañero Ben Alí en Túnez repercutió de inmediato en Egipto, donde el déspota treintañero que había burlado todos los consejos y recomendaciones pataleó hasta que pudo, mientras, por el resto del mundo árabe cundía el fervor democrático. Sin proponérselo los sátrapas han diseñado tres modos de salida: la vía rápida en Túnez; la de la sorda tortuga en Egipto y la de la pantera acorralada -con su criminal cachorro al lado- en Libia. Quizás toque a Gadafi, sin hacerse consciente de ello, aligerar la salida del resto del elenco. Los reyes de Jordania y Marruecos con prisa implementan aperturas impensables hasta ayer no más; mientras que el de Yemen como la monarquía sunní en Bahrein están en la mira. Resistir sólo prolongará su agonía antes de ser enterrados: su tiempo venció. Comenzó también la agitación en la monarquía hereditaria que ha sido Siria y a su régimen policíaco el sangriento destino de Gadafi le empuja a ofrecer concesiones. A todas esas satrapías les cuesta entender que su tiempo de bonanza caducó: hoy, mañana o pasado deben dar paso al esplendor democrático, el único -cosa sorprendente- que ha podido arrinconar al extremismo islamita. Esta primavera árabe ha sido recibida con gozo -algo muy distinto al temor que inspiraron en nuestra Edad Media- y el impacto que los petrodólares le ayudarán a lograr está pronto a presentarse. Como antaño, asombrarán al mundo con lo que pondrán a su mesa: mueren las madrazas y amanece un gigantesco foro al que ni Gadafi habrá podido silenciar. Ojalá. [email protected]
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