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Mendigos y Dignidad

Mendigos y Dignidad

viernes 15 de abril de 2011, 14:06h
Tengo una amiga psicóloga, especializada en atender a marginados, que siempre cuenta como nos sorprendería saber la historia de muchos de los que llamamos sin techo. Dice que una mayoría ha llegado a esa situación porque el destino les ha ido jugando malas pasadas y, al final, sólo en la calle, en el trasiego del ir y venir de gente, se olvidan, en parte, de su inmensa soledad. No he hablado con ella de la última propuesta de Gallardón, que quiere impulsar una ley que permita a los ayuntamientos retirar por la fuerza a estas personas, para impedir que duerman en la calle, pero conociéndola supongo que lo verá como un imposible. La polémica medida es inaplicable por muchas cuestiones. En primer lugar porque más allá de que exista una ley de mendicidad en las grandes ciudades, que existe, ni hay agentes, ni los tiempos económicamente están para que los ayuntamientos amplíen sus plantillas y se dediquen a la caza del sin techo.    Es de muy dudosa constitucionalidad que se pueda impedir que alguien duerma en la calle, salvo que el hecho se tipificara como un delito, e incluso así el problema no desaparecería. Llama la atención que haya sido precisamente Gallardón -cuyo perfil político no cuadra con una medida de este tipo- quien haya propuesto este tema, salvo que quiera conciliarse ahora que las elecciones están a la vuelta de la esquina, con un electorado que vota al PP en las elecciones generales pero que a él le da la espalda por considerar que está a la izquierda de su partido.    Si nos ponemos a hacer demagogia, nadie se puede negar a que los sin techo tengan una cama donde dormir, comida caliente y agua para asearse. Nadie negaría a los más desfavorecidos su derecho ¡cómo no! a que la Administración les proteja y mantener un mínimo de dignidad. Eso es una cosa y otra muy distinta obligarles por la fuerza a ir a los albergues y dormir en ellos sí o sí, aunque no quieran.    La pregunta es qué motivos se esconden tras una propuesta de este tipo y mucho me temo que estamos hablando de una cuestión estética que huele a populismo barato. En vez de solucionar el problema de raíz, y evitar situaciones de este tipo, lo escondo y así parece que no existe. Es verdad que la invasión de los espacios públicos por mendigos pueden causar molestias a los ciudadanos, que a nadie le es agradable ver tirados a estos seres humanos en un rincón y pasar a su lado convirtiéndoles en invisibles, pero el problema está ahí y de lo que se trata es de que estas personas vuelvan a integrarse en la sociedad como, la mayoría, lo estuvo antaño. Detrás de cada uno de ellos se esconde, según mi amiga, una historia de desamor, desesperanza, soledad, desamparo y tristeza que termina en el abandono personal e individual y la exclusión para no seguir sufriendo. No quieren ir a los albergues porque se ven libres de cualquier atadura y huyen de cualquier norma de convivencia que esta sociedad que les da la espalda les quiera imponer. Son pobres, mendigos, no tienen nada, pero tienen dignidad y derechos y esos no se arrebatan de un plumazo a golpe de ley. Los albergues son una buena opción para mejorar algo su calidad de vida, pero no pueden ser una obligación en ningún caso. Al alcalde de Madrid le puede parecer justo y puede que sea una medida bien intencionada, pero, planteada como se ha hecho, da la sensación de que es algo meramente estético y que lo que quiere es que en las calles de Madrid en apariencia desaparezca un problema, es decir ocultarlo. Es una medida estética pero dudosamente ética. Lea también: La 'mendigo- propuesta' de Gallardón
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