Escritos en libertad: Vicente, inmortal en el recuerdo

Ya sólo eres ceniza… y recuerdo. Disculpen los lectores, pero hoy no escribo para contarles nada, sino para exorcizar mi propia alma de la pena, de la perplejidad. Vicente Pueyo, lo saben, murió el domingo cuando paseaba en bicicleta. Falleció practicando su afición favorita. Un punto de consuelo en el inmenso desconsuelo. Conocí a Vicente Pueyo en el año 1978. Coincidimos en Madrid en la agencia Multipress, donde él realizaba unas magníficas entrevistas a personajes de la política y de las artes que publicaban en España medio centenar de periódicos. Entre ellos el Diario de León. Yo decidí poco después asentarme aquí, en mi tierra. Un par de años más tarde Vicente vino a León como integrante del coro de una ópera que se representaba en el Teatro Emperador. La música era otra de sus pasiones y su voz de tenor le permitía estos escarceos artísticos. Hablamos. El periódico estaba ampliando plantilla y le planteé la posibilidad de  venir a León. Y aquí se quedó ya para siempre. Había nacido en Alcañiz, Teruel, pero doy fe de que llevaba también a León en el alma.   Persona de una sensibilidad extrema, vivió y retrató como nadie la agonía de Riaño y el surgimiento del pantano. Desempeñó una densa actividad en la sección de Cultura y recaló en los últimos años en la responsabilidad de las páginas de Opinión del Diario como redactor jefe. Estos días se han dicho muchas cosas de Vicente y todas buenas. Es lo que toca decir de los muertos, podría pensarse. Pero no es así. Lo decía Enrique Cimas: de los muertos se dice que han sido buenas personas, pero es que en este caso era así, porque era doblemente bueno. Camino Gallego lo retrataba con sumo acierto en las páginas del periódico el pasado lunes y coincidía en su bonhomía y en la honestidad de su trabajo. César Gavela se refería a la confianza que inspiraba y a su discreción: “Nunca hablaba de sus logros periodísticos, de sus premios (era Premio Cossío de Castilla y León, por ejemplo) o de sus experiencias tan cruciales como cronista en el Madrid de la transición”. Y Pedro Trapiello le atribuye lo más preciado, y difícil, que puede atesorar un periodista: “La neutralidad es el mejor minarete periodístico para no acabar de trincherista o en el pesebre”. Recurro a la pluma ajena, escogiendo estas citas como hay otras muchas publicadas y expresadas estos días, porque podría pensarse que la amistad que nos unía me aparta de la objetividad exigida. Perplejidad. Sé que tampoco es nada original, porque toda muerte, sea o no inesperada, produce incomprensión. Yo estaba a cientos de kilómetros de León cuando el director del periódico, Pablo Lago, me llamó para darme la triste noticia. Creo que no supe responder nada. Horas después parecía obsesionado por un pensamiento recurrente, sin duda absurdo: No puede ser, pensaba, no nos hemos despedido… Y en ese bucle que te atenaza el cerebro se cuelan anécdotas del pasado, retazos de conversaciones vividas, el dolor de una madre, Luisa, que ya nunca encontrará consuelo, o el desamparo que imaginas en Mamen y en Natalia, su mujer y su hija, a las que sólo el tiempo y el cariño de los más próximos, sus familiares y sus amigos, podrán reconfortar en parte. O tal vez sea algo imposible. Pretendemos con las palabras racionalizar el sentimiento, hacerlo aprehensible para que nos sirva de anclaje. Objetivo inalcanzable. Si acaso, hemos de buscar en la esperanza algún punto de referencia que nos haga superar el vértigo. Y un punto de apoyo en el recuerdo. Lo ha expresado François Mauriac: “La muerte no nos roba los seres amados; al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”.   Vicente, ya eres inmortal en el recuerdo de muchos leoneses que te querían, seguramente muchos más de lo que tú nunca habías pensado. Descansa en paz. Fernando Aller. Periodista.