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¡Que no me cogen el teléfono!

¡Que no me cogen el teléfono!

jueves 09 de junio de 2011, 00:08h
Como se sabe, las elecciones municipales y autonómicas del pasado mayo han trastocado el mapa político español, aunque los primeros cambios comenzarán a notarse el próximo sábado, en los ayuntamientos. Al relevo de nombres en las corporaciones seguirá después un trasiego semejante en otras instituciones mientras que, de forma paralela, se observará una discreta revolución motivada por los cambios de titularidad de despachos oficiales, tarjetas de visita, titularidad de teléfonos móviles y otras menudencias administrativas de semejante índole. Se trata de elementos accesorios del poder que casi nunca aparecen reflejados en las crónicas periodísticas.   No tardando, pues, comenzará el traspaso de poderes. Alguien dejará para siempre un despacho oficial y otro alguien ocupará su lugar, repitiendo así en la tarima administrativa lo que la naturaleza recuerda inmutable a través de los tiempos: que todo termina y empieza, que nada ni nadie es imprescindible y que hasta el tiempo está de paso. En ese día alguien recogerá sus enseres, se despedirá y se irá. E instantes después, cuando pise la calle, la partida habrá terminado para él. Fin. Comenzará otra en la que no participará. Luego, mientras camine hacia su casa, acompañado de la soledad del momento, la sociedad decidirá desde el patio de butacas si el cortometraje de lo que fue su paso por el servicio público retrata una gestión eficaz y honesta o la cabalgada atrabiliaria y montaraz de un garañón. En su caso particular, como en el de la mayoría, es lógico pensar que la reincorporación a la vida cotidiana sea sencilla, lo que no excluye la posibilidad de que a ratos se sienta invadido por idéntica sensación a la de Colón cuando llegó a la otra orilla del Atlántico. No sería de extrañar, pues, que redescubriera que hay vida lejos del boletín oficial, que hay familia y amigos, que España existía antes de la creación de las autonomías, que fuera de la sombra de la higuera no se ha muerto nadie de un golpe de calor y que en las mañanas de junio se puede apañar uno con un simple jersey. Sin embargo, necesitará una prueba palpable de que ha vuelto a ser un ciudadano normal, y para ello bastará con sacar el móvil del bolsillo, llamar a unos cuantos números y esperar a ver qué pasa. Partiendo de la premisa de que a un alto cargo como Dios manda le responden todos instantáneamente, unos cuantos “ring, ring” sin respuesta al otro lado ayudarían a demostrar que el tronío se esfumó. “¡Coño!, que no me cogen el teléfono…”. Algunas personas con responsabilidades públicas en el pasado han reconocido que este silencio es uno de los síntomas que, por regla general, más acusan al reintegrarse a la vida normal. Pero tampoco es para tanto. A fin de cuentas, todos o casi todos saben perfectamente quién, tarde o temprano, va a responder a la llamada.     Otra cuestión muy diferente es que el despacho le cante a uno en su despedida cosas como “Para que no me olvides”. Eso sí que es un flechazo. Antonio Álamo. Periodista.
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