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El fin de una Legislatura desastrosa

El fin de una Legislatura desastrosa

domingo 11 de septiembre de 2011, 13:05h
Entramos esta semana en la penúltima sesión plenaria del Congreso de los Diputados antes de la disolución del Parlamento. Esto huele ya a final de Legislatura. Una Legislatura en mi opinión desastrosa, de cuyos errores y retrocesos habrá que aprender para no repetirlos. Ha comenzado la era del juicio de lo que Zapatero ha hecho bien, de lo que ha hecho mal y, naturalmente, de lo que, habiéndolo debido hacer, no hizo. Algunas veces he escrito que pienso que la Historia será más benévola con José Luis Rodríguez Zapatero de lo que lo son las crónicas del presente. Salvando las distancias a favor del que se llamó artífice de la transición, creo que existen algunos paralelismos con Adolfo Suárez, que tenía forzosamente que marcharse en 1981, de la misma manera que Zapatero debía obligatoriamente irse ya. Su mensaje estaba agotado, acertaba solamente cuando rectificaba sus políticas primigenias y se le notaba el sufrimiento de la tarea de gobernar en las bolsas bajo los ojos. Yo creo que se está engrandeciendo en la despedida, pero no tanto como para olvidar errores de tan grueso calibre como negar al inicio la existencia de una crisis palpable y, encima, acometer las medidas equivocadas para afrontarla, desde aquel increíble reparto de cuatrocientos euros a cada español hasta la puesta en marcha del Plan E, que sirvió para gastar un dinero que no teníamos en obras e infraestructuras perfectamente innecesarias. Temo que no mucho de positivo va a quedar de esta Legislatura. Recuerdo que a finales de 2007 escribí un libro, titulado ‘La Decepción’, en el que se pedía una gran coalición entre socialistas y ‘populares’, porque ya se olfateaban tiempos difíciles, más institucionalmente –pensaba yo entonces—que económicamente, aunque nadie podía pensar que un país en el que se consumía la mitad de todo el cemento empleado en el resto de Europa tenía una economía perfectamente sana. Sí, fue mucho lo bueno y lo malo que heredó Zapatero. Heredó un gran país, y aún sigue siéndolo, y, de lo último, lo peor fue una estructura productiva basada sobre todo en ‘paella y ladrillos’ y una pésima gestión de los números del Estado. Creo que del desconcierto en lo referente a lo que se gastaba en autonomías y municipios, para no hablar de los derroches en la Administración central del Estado, no tiene la culpa Zapatero. Ni Aznar, ni siquiera, del todo, Felipe González. Un día, escuché decir al entonces ministro de Administraciones Públicas, Joaquín Almunia, que no existía una idea cabal de las cuentas del Estado. Y entonces, como la algarabía era tal, en lugar de poner orden en las cuentas del Reino y de los reinos de taifas, se suprimió sin más el caótico debate sobre el estado de las autonomías que se celebraba anualmente en el Senado. Pero sí es cierto que Zapatero llegó imbuído de un espíritu de revolucionario de mayo del 68 que ni le era propio ni era conveniente para el país. Y alentó unos nuevos estatutos de autonomía que nadie, excepto un Maragall poco realista, reclamaba. Y alentó también pequeñas revoluciones en lo educativo, en lo social, que poca traducción práctica han tenido excepto provocar encendidos debates en la ciudadanía. Frente a ello, reconozco que en la etapa Zapatero, con todo lo que se le ha criticado y atacado en este terreno, ha habido avances decisivos contra el terrorismo de ETA. Pienso que ha sido un hombre honrado con sus postulados hasta donde le han permitido serlo los mercados exteriores y unos ‘socios’ europeos a los que nunca ha comprendido demasiado bien. Tampoco ha sabido, o podido, estar a la altura de los primeros de la UE y la locomotora franco-germana nos ha ido poniendo cada vez más a la cola. No siempre ha dicho, me temo, la verdad, y eso le pesará en el futuro como una soga al cuello, pero le reconozco que ha mantenido las formas y, siempre, el tipo. Le veo marchar con una mezcla de afecto, alivio y curiosidad --¿inquietud?¿esperanza?—ante lo que vendrá luego, que quién sabe si será peor. O, más probablemente, mejor.
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