Piqué

   Acebes le tiene tantas ganas a Gallardón como le tenía a Piqué, pero aquél gana elecciones y éste no. Bien es cierto que esas ganas (malas ganas) del secretario general del PP hacia el alcalde de Madrid se acrecientan precisamente porque gana elecciones, esto es, porque eso le blinda en el partido (salvo ante Esperanza Aguirre, su dominatrix) y le proyecta hacia un futuro que es posible que Acebes no disfrute en el cargo partidario que ocupa hoy como rémora del legado de Aznar, pero también es verdad que la pátina de supuesto centrismo que adornaba a Piqué aumentaba, por contraste, la imagen ultra del todavía secretario general. Ahora bien; si Acebes le tenía ganas a Piqué, éste tenía gana, a su vez, de perderle de vista, consciente de que a lo crudo que de por sí lo lleva el PP en Catalunya, se añadía el disparate de un anticatalanismo cutre inspirado por Génova. Así, la verdad, el señor Piqué no sólo no iba a ir a ningún sitio, sino que su futuro político, que bien pudiera ser tan sorprendente como su pasado, iba a quedar irreversiblemente tocado (si es que no ha quedado ya) por su adscripción a una política partidaria, a más de perdedora, aciaga para la nación por su arcaico e inane reaccionarismo.

   Pero Piqué no es Pimentel, aquél efímero, fugaz más bien, ministro de Aznar que se salió horrorizado de la foto cuando tenía que salirse, lo cual ha preservado su integridad y su prestigio y, además, le ha permitido dedicarse a la industria editorial con un éxito tan merecido como inesperado. Piqué ha esperado demasiado y demasiado inútilmente, acaso porque no tenía otra cosa que hacer, y en todas las fotos del ocaso sale, en primer plano y mal que le pese, él.