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Air Madrid

Air Madrid

miércoles 13 de diciembre de 2006, 19:21h

Al menos esta vez el Ministerio de Fomento, a través de la Dirección General de Aviación Civil ha sabido estar a la altura de las circunstancias y le han lanzando a Air Madrid, una compañía de bajo coste, un serio ultimátum: o deja de incumplir sus contratos (que eso son los billetes emitidos y abonados por sus sufridos pasajeros) o se le retira la licencia para operar.

 Esta rapidez ministerial debería ser –que no lo es— el botón de muestra de cómo se ejerce la necesaria función tutelar e inspectora del Estado ante el caos aeronáutico (no sólo aeroportuario) que aqueja al ya más popular medio de locomoción español en el siglo XXI. Igual rigor debe ejercer Aviación Civil sobre el resto e compañías matriculadas en España. Desde la prepotente y aún poderosa Iberia hasta esta Air Madrid que, si hacemos caso de la publicidad de su lanzamiento, remontó el vuelo con la gracilidad de un Pegaso y, a las pocas semanas, ha acabado siendo el inmóvil Clavileño del Quijote, auténtico potro de tortura de Sancho Panza. La compañía advertida, con flagrantes incumplimientos en todos sus supuestos vuelos, hace lo que quiere con sus pasajeros... los convoca y los desconvoca... los deja tirados horas y horas en aeropuertos de Latinoamérica y, sin embargo, sus directivos siguen diciendo que Air Madrid cumple.

Ahora, con las fiestas navideñas en puertas, acechan nuevos problemas, nuevos problemas que, en realidad, son viejos, ya que se trata de los mismos de siempre: imprevisión de las compañías, generalizada falta de información a los pasajeros, retrasos sólo explicables por la mala gestión de las flotas aéreas, overbooking, etcétera... A lo que, naturalmente, hay que añadir los exhaustivos controles de seguridad que, ya de por sí, colapsan unos aeropuertos diseñados y pensados para otras situaciones de menor pánico oficial.  Da lo mismo el rango económico de unas u otras compañías, el pagano siempre es el pasajero. Unos a perder, y las otras a aumentar sus cuentas de resultados.

¿Son sólo la masificación –hoy en día todo el mundo vuela—y las difusas amenazas terroristas las causantes del carajal en el que se ha convertido el transporte aéreo de pasajeros? ¿Qué prisa se toma la Administración, en su doble vertiente aeronáutica y aeroportuaria, en adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas realidades? ¿Somos los pasajeros –clientes de las compañías, contribuyentes con nuestros impuestos—esa especie de bultos animados en los que nos han convertido? Preguntas todas que merecen, sin duda alguna, la respuesta que los responsables públicos y privados del sector no quieren, no pueden o no saben darnos. Y así andamos los usuarios, como almas en pena, de terminal en terminal, con equipajes volatilizados y sometidos a inspecciones de seguridad muchas de ellas absurdas y realizadas por unos profesionales que, al igual que el común de los ciudadanos, desconocen el contenido de esas normas, dictadas por la Unión Europea, amparadas por su carácter secreto. Como para quedarse permanentemente en casa. 

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