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Restyling

Restyling

sábado 10 de noviembre de 2007, 14:00h
Paradójicamente, el resultado electoral más “cantado” de las elecciones presidenciales argentinas, desde 1983, ha generado un clima de gran incertidumbre respecto del futuro económico. La paradoja luce más evidente cuando dicho resultado se inscribe en un contexto de “reelección encubierta”, en el sentido de que no solo sigue en el poder el mismo partido. No sólo ha logrado mayorías absolutas para seguir gobernando, sin sobresaltos en el Congreso. No sólo muestra una gran capacidad de “controlar” al Poder Judicial. Sino que, además, siguen al frente del Ejecutivo la misma “familia”, el mismo apellido, y prácticamente, el mismo equipo.

Sin embargo, la incertidumbre está justificada. Y digo que está justificada, porque después de cuatro años de alto crecimiento económico y, sobretodo después de la “octoberfest” del gasto público y el crédito para consumo del 2007, todos tenemos la convicción, o la sensación, de que la Argentina presenta muestras claras de la necesidad de un replanteo del esquema económico. Desde el oficialismo, lo que sugiere es, solamente, la idea de un “restyling” del modelo: cambiar la parrilla, ponerle faros cuadrados, nuevos tapizados, etc. Pero dejando la estructura básica y el motor intactos.

Desde otros sectores, en cambio, se insiste en el “agotamiento” del proceso de crecimiento a “la China” con inversiones “a la Argentina”, cuyos síntomas más evidentes han sido la aceleración de la tasa de inflación y la crisis energética.

Con este contexto, quizás resulte útil repasar las condiciones internacionales y locales que permitirían la consolidación del modelo “restyling” y, por contraste, las que llevarían a tener que, más por necesidad que por virtud, modificar cuestiones estructurales del modelo K.

Empiezo por lo internacional.

En ese sentido, dos elementos a favor, uno semi neutro y uno visiblemente negativo.

Los dos elementos a favor son los elevados precios de los commodities agrícolas y su “casi contra cara” la debilidad del dólar.

En efecto, altos precios de nuestros principales productos de exportación permiten, simultáneamente, una importante oferta de dólares para el Banco Central y, por lo tanto, cierto grado de libertad en el uso de la cotización del dólar como mecanismo antiinflacionario y reactivador-después vuelvo-. Alta rentabilidad del sector agrícola, con su efecto multiplicador en materia regional y de ciertos componentes de la inversión-construcción, maquinaria agrícola, automotriz de carga, etc.- Y la posibilidad de incrementar los ingresos fiscales vía mayores impuestos a la exportación. Es cierto que el reciente aumento de las retenciones dispuesto por el gobierno le “quita” a este fenómeno 1600 millones de dólares aproximadamente de capacidad de gasto privado, pero no es menos cierto, que ese aumento estaba prácticamente “descontado” en los precios actuales del mercado local y que, igual, la rentabilidad se mantiene en un rango positivo. Entiéndase bien, no estoy defendiendo la medida-también se discute más adelante-lo que planteo es que este escenario del precio de los commodities agrícolas, de mantenerse, resulta central para el modelo K de redistribución desde el Estado de la renta agrícola adicional. Y le permite, además, recuperar parte de la solvencia fiscal perdida en la “fiesta electoral” y manejar la cotización del dólar con un balance comercial positivo y un fuerte control de cambios sobre los exportadores. Y esto me lleva a la cuestión de la debilidad del dólar. Tener un peso atado a un dólar débil, no solo respecto del Euro, sino de las monedas regionales, permite mantener “competitividad cambiaria” aún en un contexto de apreciación del peso, dada la inflación local. Como se ha planteado reiteradamente, en la medida que el peso se aprecie menos respecto del dólar que las monedas regionales y el Euro, la Argentina se mantiene “relativamente barata” frente al resto del mundo, menos Estados Unidos. De todas maneras, al igual que en el caso de la rentabilidad del agro, lo que importa no es sólo el “nivel” sino también la “variación”. Me explico. Nivel de rentabilidad alto y tipo de cambio real alto permiten mantener la situación actual. Pero rentabilidad cayendo y competitividad cayendo, sugieren una tasa de inversión menor y una tasa de crecimiento menor, junto al riesgo de seguir “importando inflación” vía tipo de cambio. –retomo cuando pase a la situación “interna”-.

El otro tema internacional, el precio del petróleo, presenta señales confusas. La Argentina sigue siendo exportadora de algunos rubros petroleros, pero es importadora neta de gas y otros combustibles, incluyendo electricidad en momentos pico. Por lo tanto, no está claro si un petróleo a 100 dólares el barril es una buena o mala noticia en conjunto. En la medida que los saldos exportables sigan cayendo, si no se ajustan precios e incentivos de largo plazo a la producción, esta cuestión se irá convirtiendo, lenta pero inexorablemente, en negativa. Por ahora, permítanme el calificativo, muy arriesgado por cierto, de “neutro”.

El tercer elemento internacional resulta claramente negativo. La crisis financiera ha incrementado la percepción de riesgo de los inversores. El mercado financiero internacional no ha digerido aún las pérdidas de la crisis inmobiliaria. Los grandes bancos tendrán que aumentar su capitalización y tendrán menos rentabilidad y dividendos, lo que los puede llevar a reducir su exposición en la región en general y en la Argentina en particular. Tampoco se ha alejado totalmente la perspectiva de una recesión en Estados Unidos, ni un aterrizaje más violento de la economía mundial  que podría pegar sobre el precio de los commodities agrícolas. Por ahora, sigamos con el razonamiento de un “aterrizaje suave”. Con este panorama, tasas más bajas de la FED sirven de poco, si el mercado de capitales permanece cerrado, o segmentado, o le suma mucho más riesgo a la deuda argentina. Deuda-por otra parte-con “default encubierto” con la manipulación del CER y otras yerbas. Mejorar las relaciones con el Club de París y, eventualmente, los acreedores que no ingresaron al canje, ayuda, pero tampoco implica que el mundo volverá a confiar en la Argentina automáticamente, en especial, porque Cristina es Néstor. De manera que, en este sentido, la Argentina enfrenta un mundo financiero más hostil y tasas de interés más altas. A favor, el perfil de vencimientos que pegan más en el 2009 que en el 2008.

En síntesis, el escenario internacional luce favorable en el sector “real” aunque claramente negativo en el sector “financiero”.

Y ahora lo local. Está claro que, más allá de lo que se haga con el INDEC, el principal problema macro es la aceleración de la inflación durante el último año. Como ya he discutido extensamente, dicha aceleración se basa en que las “anclas nominales” del sistema, gasto público, superávit fiscal y tipo de cambio, se “movieron” fuerte a lo largo de los últimos tiempos. El gasto explotó, el superávit bajó drásticamente y el tipo de cambio presentó una política serpenteante. Primero se intentó compensar parte del aumento de costos internos devaluando levemente el peso. Después, ante la caída del dólar y los efectos inflacionarios que implicaban sumarle a la apreciación del real y el euro, la devaluación del peso, se pasó a un esquema “semifijo”. Pero este esquema generó un fuerte ingreso de capitales especulativos y la necesidad de esterilizar con deuda del Banco Central la mayor emisión de pesos. Entonces, se pasó a una política de “incertidumbre cambiaria” dejando devaluar y luego apreciando, para hacer “más costosa” la especulación.

Después, en medio de la crisis internacional de julio-agosto, más la huída preelectoral y la toma de ganancias, volvimos a una devaluación leve que fue frenada por sus efectos inflacionarios, una vez superada lo peor de la crisis. Y hoy estamos, nuevamente, ante un estamos ante un esquema de tipo de cambio semifijo. En la medida que las “anclas” puedan recuperarse, la inflación puede tener un techo. Sin embargo, difícilmente baje del escalón del 15-20% sin medidas adicionales más enérgicas. Recuperar superávit fiscal es importante, pero, a los efectos inflacionarios, es más importante reducir el ritmote crecimiento del gasto.

Con los números actuales, el dólar débil, y una política cambiaria de devaluación suave resulta difícil pensar en una inflación del 10% anual.

Y aquí está la clave del “restyling” K. Hasta ahora, hemos tendio “inflación buena”. (Pido perdón por poner ambas palabras juntas, provisoriamente). Y digo inflación “buena” porque es la que disfrutamos todos. El gobierno, porque le permite aumentar el ingreso nominal y tener recursos para manejar discrecionalmente el gasto. Los asalariados, porque en la medida que el aumento de los ingresos familiares.por una combinación de crecimiento del empleo e incremento de los salarios nominales-le “ganan” a la inflación, licuan las “cuotas fijas” de los electrodomésticos y tienen algún pesito extra.

Los empresarios, porque reciben esa mayor demanda de los consumidores, incentivados además por la tasa negativa y el crédito consumo. Y porque el dólar débil y el comercio administrado les limita la competencia importada y les permite importar sin afectar precios.

Pero el mundo combate la inflación, no por una “estúpida ortodoxia”, sino porque sabe que de la inflación “buena” a la “mala” hay un solo paso, imposible de predecir. Es cierto que la sociedad argentina parece tener una “tolerancia mayor” a altas tasas de inflación, pero no es menos cierto que las recientes experiencias hiperinflacionarias muestran que esa tolerancia se esfuma rápidamente. ¿Y qué es inflación “mala”?. Básicamente, cuando las expectativas de inflación creciente empiezan a frenar el consumo de durables, por temor a no tener el “excedente” para pagar las cuotas. Cuando el salario real empieza a “perder” y ya no aumenta el empleo. Cuando los empresarios ya no pueden ajustar más por cantidades sin nuevas y masivas inversiones. Cuando el gobierno empieza a perder recaudación por caída de actividad, al mismo tiempo que le reclaman ajustes del gasto. Una película que ya vimos en el pasado. Para “combatir” la probabilidad de este “fenómeno”, el gobierno ha ideado el “pacto social”. Pero los sindicalistas ya saben que dicho pacto es sinónimo de “aumentos salariales por debajo de la inflación esperada”, en un escenario donde ya no hay margen para compensar ese menor ingreso con mayor empleo. Y los dirigentes empresarios saben que dicho pacto implica “congelamiento de la rentabilidad”, en un contexto donde la rentabilidad está cayendo.

Y aquí vuelvo a la cuestión de las retenciones como “señal”. Esta claro que el gobierno prefiere que todo exceso de rentabilidad privada, por encima de lo “normal”, se maneje y redistribuya desde el sector público. En el caso del agro, la carne, los lácteos y los combustibles, además, eso le permite “aislar” los precios locales de la evolución de los precios internacionales. En el caso de otros sectores, manejar subsidios cruzados o financiar inversión pública, en lugar de inversión privada. Está claro, además que este es “endógeno” al modelo K. no una coyuntura. De manera que el nivel de inversión privada, para todos los que pueden optar, tiene, localmente un techo, derivado de una política de “control de rentabilidad” diferente a la que se realiza en la mayoría de los países de la región. Este techo a la inversión privada le pone, a su vez, un techo al crecimiento económico, una vez alcanzado el pleno empleo. Dado que, la eficiencia relativa de la inversión pública es mucho más baja, por obvias razones. Paralelamente, se estimulan inversiones en sectores que tienen menos exposición al sector público o a la canasta de consumo masivo (software, servicios exportables en general, turismo, etc.-a la construcción, en cambio, le han sacado parte de la demanda de la rentabilidad excedente del campo y otros sectores-).

Volviendo al “restyling” K. y a modo de síntesis.

Este escenario internacional permite, por ahora, recuperar solvencia fiscal y manejar el tipo de cambio como “anclas” que le ponen un techo a la escalada inflacionaria de los últimos meses. Pero poner “techo” no significa bajar, sino, evitar que siga subiendo. Sin embargo, mantener una inflación “buena”, a estas alturas, es una apuesta peligrosa, en especial, si la apuesta se basa, exclusivamente, en el Pacto Social.

Por otra parte, el modelo K intensivo en intervención del Estado sobre las rentabilidades privadas, también le pone un techo a la tasa de inversión y a la tasa de crecimiento.

En ese contexto, el escenario más favorable sería el de la estabilización de la tasa de inflación con una lenta, pero sistemática declinación del crecimiento. Y el mayor riesgo, que el escenario internacional se modifique, o que el Pacto Social resulte insuficiente para combatir las expectativas y nos enfrentemos a una desaceleración mayor de la actividad económica, por un pase rápido de la inflación “buena” a la “mala”.

En ese caso, habrá que abandonar el “restyling” y pensar en un nuevo modelo. Por ahora, sin embargo, habrá nueva parrilla, nuevos faros, nuevos tapizados, pero no mucho más.
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