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Consenso y sentido del límite

Consenso y sentido del límite

jueves 06 de diciembre de 2007, 14:26h

“Volver a la Política, volar alto y abrir una puerta a la grandeza. Consenso y sentido del límite”. Las palabras de Manuel Marín, presidente del Congreso de los Diputados, son uno de sus últimos servicios desde ese lugar de honor que ha ocupado con gran dignidad a pesar de haber sido ninguneado incluso por su propio presidente del Gobierno y secretario general del partido que le encargó la misión de presidir el Congreso y hacer Política con mayúsculas. La ha hecho. Y sus palabras en la conmemoración del 29 aniversario de la Constitución eran mucho más necesarias que nunca después del espectáculo de los últimos días y de esa concentración-manifestación-cita a ciegas que fue el acto de la Puerta de Alcalá del pasado martes. Una falsa unidad mal escenificada.

En el fondo del problema no sólo está el terrorismo que exige una política de altos vuelos, consenso y sentido del límite, exactamente lo que ha faltado en estos últimos años; también están las víctimas. El pasado martes, en Madrid, las últimas víctimas, los dos guardias civiles, y todas las víctimas anteriores, no recibieron el respaldo moral, político y ciudadano que merecían. Muchos de los que estuvieron allí, y sobre todo los que no acudieron, deberían leer el último libro de Antonio Beristain, “Víctimas del terrorismo. Nueva justicia, sanción y ética”, (Tirant lo Blanch). Su autor es uno de los pocos intelectuales y referentes éticos que nos quedan y el creador de la teoría de la Victimología o Justicia Victimal. Beristain señala que las víctimas del terrorismo en el mundo tienen una especial dignidad, mayor que la de cualquier otro ciudadano, entre otras razones porque son víctimas inculpables (que no han provocado la victimización) y pacientes (ni después han reaccionado con violencia).  

Esta realidad, añade Beristaín, ilustre combatiente por la libertad y la dignidad de las personas y, especialmente de las víctimas, nos exige contrarrestar el apoyo social que necesita el terrorismo para sobrevivir; nos prohíbe permanecer neutrales, permanecer al margen, nos prohíbe cruzarnos de brazos. Seríamos cómplices. Mereceríamos, en determinadas condiciones, la misma calificación y la misma sanción que los cooperadores necesarios, que los autores”.  No se puede equiparar nunca a las víctimas con quienes les asesinan o les agreden. Beristain parte de un compromiso ético que ofrece justicia, pero, al mismo tiempo, como dice Enrique Múgica en el prólogo del libro, “exige contrición, reparación perdón y concordia. Ni odio ni venganza, sino JUSTICIA con mayúsculas”. Para alcanzar esa justicia hace falta consenso, volver a la POLITICA y alzar el vuelo como pedía Manuel Marín. La esperanza es lo último que se pierde.
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