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Volodia: la pasión por la utopía

Volodia: la pasión por la utopía

martes 05 de febrero de 2008, 00:38h
La muerte del Premio Nacional de Literatura y ex dirigente del Partido Comunista, Volodia Teitelboim, desató las pasiones en el país, desde la miserable derivada del resentimiento y frustración de un  tal Germán Marín, que en el diario “La Tercera” lo calificó de “cobarde”, de “escribidor”, de “escritor mediocre”, de “cómplice” con el estalinismo, hasta el homenaje de un claro contrario político, el empresario y político derechista,  Sebastián Piñera.

La propia presidenta de Chile, Michelle Bachelet destacó su carácter de “luchador por la gente más vulnerable durante toda su vida, y también como representante de la voz de los sin voz, también a la hora de escribir, de todo su aporte a nuestro país”.

Y Fidel Castro, con el que le unían estrechos lazos humanos y políticos, dijo de Volodia: “No diré que ha muerto, pasó a vivir en las ideas. Nutrió las filas de los que luchan y seguirían luchando por aquellos sueños”.

Muchos, desde el mundo político como del pueblo, rindieron homenaje a este hombre que vivió la historia de su pueblo, asumió los riesgos, convivió con el dolor, y como muchos, cometió errores, y sobre todo, calló, llevado por un sentido de la lealtad partidista que lo hizo -como a muchos- impenetrable a la duda, e inconmovible a las evidencias de ese mundo socialista en el que tantos pusieron sus ilusiones y esperanzas.

Volodia vivió y conoció en todos sus aspectos positivos y negativos ese mundo, y  advirtió más de una vez sobre sus carencias, aunque se haya comprometido muchas veces en su defensa, en el entendido de que la solidaridad política era de ida y vuelta, y que la cohesión en torno a la defensa del “mundo socialista”, y el reconocimiento del rol de vanguardia de la URSS, y la cohesión de los revolucionarios, eran valores permanentes.

En Chile, nadie quedó impasible, ante la desaparición física del político, escritor, de este hombre complejo, que vivió  e impulsó intensamente la vida política y social de Chile, que animó su escenario literario, y que tuvo -como cualquier ser humano- episodios heroicos – como su vida en clandestinidad bajo la amenaza de los esbirros de Pinochet- o dolorosos trances familiares y personales como el distanciamiento de su hijastro Claudio Bunster o la muerte de otro hijastro, el insurgente, Roberto Nordenflycht, caído víctima de la traición y de la represión pinochetista mientras cumplía una misión del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el derrotado brazo armado del Partido Comunista.

A Volodia le dolieron esas pérdidas, pero pareció encapsular esos dolores bajo una capa de compromiso político, de irrenunciable fe en un futuro mejor, en la utopía del socialismo del siglo XXI, que según decía, llegaría tarde o temprano, sin lugar a dudas, en el horizonte de un futuro que veía, si no cercano, por lo menos ineluctable.

Volodia creía con la seguridad de la fe incondicional del carbonario en la justicia, el progreso, en el ser humano, e imaginaba que en manos de los jóvenes se haría realidad la utopía, por lo que dedicó muchos de sus últimos esfuerzos militantes, de predicador de la buena nueva, a los jóvenes comunistas, “puros”, según Neruda, pero sobre todo incontaminados de los dogmas y hasta crímenes contra la libertad y la vida, que oscurecieron la realidad del socialismo real, en los que veía la capacidad -la misión histórica- de realizar sus sueños, capaces de recuperar la ilusión, el romanticismo revolucionario.

En esa esperanza , seguramente (no quiso conversarlo ni en privado, aunque es posible deducirlo de su constante autocrítica de los últimos años, de ciertas frases enigmáticas, de sentimientos que se traslucían en sus soliloquios) estaba el reconocimiento de los errores estratégicos que llevaron al Partido Comunista de Chile a la insurgencia armada y a la muerte  de muchos jóvenes que fueron inmolados en torno a objetivos que se comprobaron en la práctica como irreales, no concordantes con la realidad política y social del país y su momento histórico.

No fue el único en equivocarse, por cierto, pero sin duda siempre supo que su responsabilidad era de las principales.

Y, con toda seguridad, vivió con esa carga en el fondo de su corazón y de su conciencia. Porque era, Volodia, profundamente humano, que sabía mirarse incluso con ironía,

En fin, con Volodia desaparece sin duda un referente de la política chilena y de su historia, un hombre del siglo XX y del siglo XXI, que quiso ser un muchacho para volver a vivir su vida, seguramente con todo el aprendizaje de la vida y su experiencia, y para no tropezar con las mismas piedras. Que vivió intensamente los dramas y dolores de su pueblo y los suyo propios, con dignidad y carácter.

Volodia Teitelboim es uno de los que marcan época.

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Marcel Garcés
Periodista
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