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Inquietante infierno

lunes 11 de febrero de 2008, 12:42h
   Cuando Juan Pablo II decretó que el infierno no estaba en ningún sitio concreto, no era un espacio, sino que los terribles tormentos tenían lugar en la mente, hubo una especie de alivio generalizado, porque al público en general le preocupa mucho más el cuerpo que la mente. La prueba es que hay enormes cantidades de personas que quieren cambiarse la nariz o los pechos o el perímetro de su estómago, pero nadie desea cambiarse el cerebro, ni siquiera llevar a cabo un pequeño retoque.

   En estas que llega Benedicto XVI para recordarnos que el infierno existe y no está vacío. Es cierto que no ha ubicado el infierno en ningún lugar, pero parece que esta afirmación es diferente a la de Juan Pablo II, y vuelve a llenar la imaginación de las calderas de Pedro Botero, y el cuerpo abrasándose para siempre, que es algo que a mí, de niño, me impedía dormir.

   El problema de estas disquisiciones teológicas para los que no estamos en el secreto es que no sabemos si están asistidas por el Espíritu Santo o no. Si lo están, son infalibles, es decir, no pueden estar equivocadas. Ahora bien ¿el Espíritu Santo estaba despistado con Juan Pablo II, o se distrajo en otros asuntos, cuando Benedicto XVI se puso a reflexionar sobre las llamas en las que arderían los pecadores? ¿O tanto aquellas como éstas son opiniones personales, y no declaraciones ex-cátedra?

   En su obra "A puerta cerrada", Sartre afirma: "el infierno son los otros". Y eso se comprueba en esta campaña electoral donde el PP observa al PSOE como el infierno, y el PSOE está convencido de que el PP son "los otros". Pero el problema comenzará cuando concluya la campaña electoral, que es casi eterna, y venga la eternidad auténtica, la fetén, y no sepamos a qué atenernos respecto al infierno, sin saber si se trata del infierno de Juan Pablo II o el de Benedicto XVI.

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