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Por qué Chávez y Uribe se rajaron

Por qué Chávez y Uribe se rajaron

domingo 16 de marzo de 2008, 05:06h

Aunque era difícil creer que la guerra de Chávez contra Uribe y de Uribe contra Chávez fuera algo más que el arsenal de dimes y diretes que durante seis días intercambiaron "sin medida ni clemencia" los jefes de Estado de Colombia y Venezuela (y que me perdone Julio Jaramillo), tampoco era lógico suponer que terminaría en una negociación que no duró más de una hora, con tal profusión de besos y abrazos y en un escenario como la cumbre del Grupo de Río, que era seguida por cientos de millones de televidentes de los cinco continentes por las cadenas de radio y TV.

Pero lo que más cuesta admitir es que terminó sin dejar huellas, como si no hubiera existido, y que tanto las relaciones de los dos países, como la amistad de Chávez y Uribe retomaron su curso saltando sobre el abismo que por momentos pareció los llevaría a la guerra. En otras palabras, que si bien no apostamos a que mañana mismo, en una semana o en un mes los ejércitos venezolano y colombiano amenacen de nuevo con traspasar las fronteras, si pensamos que antes de que terminen sus mandatos Chávez y Uribe, no una, sino varias crisis como la vivida y exorcizada van a irrumpir.

Porque es que la renuncia de uno y otro jefe de Estado a continuar con una escalada diplomática que podía en un momento no dejar otra alternativa que la fuerza, no significa en absoluto que regresen a los tiempos en que se trataban como "hermanos" y planificaban juntos el futuro de la región, sino más bien el ingreso a una relación tibia, o suspensiva, después de la cual puede suceder lo mejor o lo peor.

Y ello va a depender de cuánto se pueda recuperar Chávez en el corto plazo de los crecientes problemas que cada día lo cercan en la política nacional, en el apoyo de los partidos y grupos afectos al proceso, que durante 8 años se mantuvo sólido y en el último año, como se evidenció en el referendo del 2D, experimentó un desplome que no ha cesado de profundizarse y permite predecir sobre bases ciertas que sus días en la presidencia están contados.

Está también el reto que tiene planteado frente a la oposición que crece sin cesar y amenaza con dejar su poder reducido al mínimo a partir de las elecciones de alcaldes y gobernadores de noviembre.

En lo que se refiere a Uribe, no hay dudas de que su prestigio ha crecido a raíz de su reelección y que durante la crisis que culminó el viernes su popularidad traspasó cifras cercanas al 80%, pero tampoco puede negarse que su liderazgo está atado al curso de su desempeño en la guerra contra las Farc, al extremo que puede asegurarse que si el mismo refleja altibajos y no se anota una victoria rápida, lo más seguro es que decrezca o desaparezca.

En este orden, es evidente que su acuerdo con Chávez y el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ofrece riesgos por los que Uribe, tratando de cumplir las resoluciones primero de la OEA, y del Grupo de Río después, se vea sujeto a un tipo de estancamiento que lo obligue a sentarse en una mesa de negociaciones con las Farc, pero en condiciones desventajosas. En todo caso, teniendo enfrente la presión de Chávez, que aprovechará las resoluciones para tratar de hacer de Uribe un reo de la comunidad internacional.

En definitiva, que Chávez dependiendo del éxito de sus políticas en relación con la oposición que le crece dentro de los grupos y partidos que lo apoyaron hasta diciembre pasado, y de la recuperación que experimenta la oposición democrática decidida a derrotarlo en las elecciones de alcaldes y gobernadores convocadas para noviembre próximo. Y Uribe con su juego concentrado en el plano militar y dirigido a propinarle una derrota a las Farc que le permita negociar con ventajas un acuerdo de paz, son las variables de cuyo curso podrá establecer quién ganó en definitiva con el acuerdo del Grupo de Río.

Manuel Malaver
Periodista
[email protected]

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