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La crisis: horizonte de recesión

La crisis: horizonte de recesión

lunes 17 de marzo de 2008, 07:43h

Mientras políticos, empresarios y ciudadanos en general terminan de asimilar y valorar el resultado de las elecciones generales, con toda evidencia más satisfactorio para Rodríguez Zapatero de lo que esperaban en Ferraz, y también más desolador para el PP de lo esperado y naturalmente de lo admitido en Génova, es preciso volver los ojos a la que más importa en estos momentos, que es la situación y las perspectivas de la economía, que no son conceptos abstractos sino la probabilidad de un serio deterioro del nivel de vida de las familias, serias “turbulencias” en las empresas no sólo del sector inmobiliario y de la construcción, sino en muy numerosas pequeñas y medianas de todos los sectores, y la posibilidad o no de alcanzar un compromiso político trasversal, de los grandes y pequeños partidos, en torno a un modelo de política económica que corrija los desequilibrios, aminore en lo posible los efectos de la crisis y coloque la economía española en condiciones de aprovechar al máximo el siguiente ciclo de crecimiento, se inicie pronto como asegura Rodríguez Zapatero sin dato alguno que avale tan optimista pronóstico o comience en torno a 2011 ó 2012, como estiman casi todos los analistas económicos solventes.

Inasequible al desaliento, y fortalecido ahora por el éxito electoral derivado de su estrategia de bipolarización, que ha concentrado en su bolsa casi la totalidad del voto de izquierdas, afirma una y otra vez Rodríguez Zapatero que la economía española está mejor que nunca antes en décadas. Sería bueno saber en qué datos fundamenta ese triunfalismo porque, para el ciudadano emprendedor, o para el asalariado y no digamos para el autónomo que lucha por su cuenta por sobrevivir, la realidad del presente es cruel y el horizonte económico ofrece aún menos alegrías.

La pérdida de empleo en el sector de la construcción va a hacer muy improbable que el empleo neto crezca en 2008. Ni el más infundado optimismo de La Moncloa podría llegar, incluso forzando todas las palancas del intervencionismo del poder, a generar un volumen sensible de empleos en este año. Incluso si se entra, como no es improbable, en una desenfadada feria de infraestructuras, no es arriesgado el pronóstico de que no menos de un millón de trabajadores, de los aproximadamente cuatro millones que trabajan en el sector inmobiliario y de la construcción, irán este año a engrosar el desempleo. ¿Seguirá un signo contrario el empleo en el sector industrial? ¿Cómo, si necesita ganar competitividad y eficiencia? ¿No habrá también pérdida de empleo por descenso de la demanda de servicios?

¡Venga, que salgan los alegres corifeos del poder a descalificar como “catastrofismo” el análisis honesto de los datos y los números! ¿Cómo va a ser eso, si estamos mejor que nunca antes en décadas y jugamos en la “Champions”, por mucho que no quieran reconocerlo esos envidiosos democristianos alemanes y esos fracasados liberales franceses y esos socialistas ingleses e italianos tan antiguos y poco fraternos? Pero mientras jugamos en esa peculiar “Champions” de nosotros solos, tampoco pinta bien el balance de importaciones y exportaciones. Estas últimas tenderán a crecer más por algo tan contundente como la evidencia de la desaceleración económica mundial y europea. ¿Crecerán menos las importaciones? Quizá, incluso probablemente, en lo que se refiere a cantidades importadas, pero seguirán creciendo en precio por la subida, más que sensible, de casi todo: materias primas, energéticas, metales, incluso productos agrarios. Pues eso, que a la descripción de la realidad le llaman ahora “catastrofismo”.

El economista Alberto Recarte señalaba recientemente que el análisis de la evolución de la formación bruta de capital conduce a la desoladora conclusión de que la reducción del conjunto de la inversión restará algo más del 2% al crecimiento del PIB en 2008, el consumo privado crecerá un 2,5% en términos reales y el consumo público lo hará en un 4%, con lo que la demanda nacional podría crecer prácticamente nada, un 0,08% en 2008. El resultado global estima que sería un crecimiento del PIB en una situación de tan radical estancamiento que bien puede llamarse, sin “catastrofismo” alguno, pura y dura recesión.

Por si todo lo anterior fuera poco, el dato cierto es que la economía española lleva creciendo desde 1994. ¿Podría extrañarnos ahora que el ciclo descendente dure muchos años? ¿Podría Rodríguez Zapatero, bueno, Pedro Solbes para hablar en serio, explicarnos sobre qué datos de la realidad sustentan su gozoso pronóstico de que a finales de este mismo año habremos iniciado un nuevo ciclo expansivo? Si hay datos y motivos para esperar tanta fortuna, todos nos alegraremos de ello, pero hasta ahora los únicos datos y argumentos los vienen aportando los que auguran que el siguiente ciclo no podrá iniciarse antes de 2011, en el mejor de los casos. El ajuste en los precios de la vivienda ha comenzado hace apenas un año y el del sector de la construcción apenas ha dejado sentir sus efectos en la economía. Como somos un país de precios altos, el ajuste de la economía española puede tardar mucho tiempo en recuperar la competitividad.

Se van a producir, sin la menor duda, quiebras de importantes entidades financieras norteamericanas y europeas, y el huracán financiero va a conmover hasta los cimientos de la economía real. Perdamos el miedo a las palabras, porque el paso primero e imprescindible para identificar y afrontar los problemas es reconocer la realidad. Conviene que admitamos cuanto antes, mejor hoy que mañana, que estamos en el umbral de una recesión, por muy maldita que sea la palabra. Y es al mismo tiempo verdad que España está en condiciones de afrontar el huracán, cruzarlo con todos los sufrimientos inherentes y salir al otro lado, a un nuevo escenario de expansión.

Después de cuatro años practicando una estrategia política de crispación, tiene ahora Rodríguez Zapatero, al inicio de su segundo mandato, inequívocamente reforzado por las urnas –algunos pensamos que más por rechazo a un modelo de oposición que por adhesión a una forma de gobernar, pero esto es irrelevante una vez consumado–, la oportunidad, e incluso la obligación en parámetros éticos, de salir del alegre triunfalismo infundado y promover un amplio consenso, social y del arco parlamentario, en torno a una estrategia concertada para afrontar la actual fase de crisis económica. Organizaciones empresariales, sindicatos y partidos políticos debieran ser llamados a esa concertación, y quien rehusara acudir a la convocatoria, probablemente nadie, sería automáticamente valorado por la opinión pública. Sobra talento en España, a derechas y a izquierdas y en todos los sectores de actividad, para diseñar y avalar un compromiso nacional en torno a una política económica de modernización y progreso. Es un difícil e importante esfuerzo, pero es también una inmensa oportunidad.
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