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La suave caída del dólar

La suave caída del dólar

miércoles 19 de marzo de 2008, 05:12h
Algo extraño está pasando en la economía chilena.  El dólar se vino abajo desde hace meses y las voces autorizadas, las del poder económico y del Gobierno, no muestran especial preocupación.  Por el contrario. El ex ministro de Hacienda de la dictadura militar, Hernán Büchi, coincide con su par actual, Andrés Velasco: el Banco Central debe estar preocupado de la inflación y no del precio del dólar. Otro tanto dice el economista Felipe Larraín, aunque agrega que el Central tendría que dar señales de inquietud, pero sin dramatizar. Por su parte, públicamente, José de Gregorio, presidente de la entidad emisora, aborda el tema de la apreciación del peso desde la perspectiva de los efectos deflacionarios, que serían positivos.

En una situación económica mundial compleja, el peso chileno es una de las monedas que más se ha fortalecido. Más que el yen y que el euro. Y la economía nacional está muy lejos de llegar a los estándares de solidez que muestran Europa o Japón.

Con el dólar en el valor más bajo desde 1997, quienes manejan el poder económico deberían estar alarmados. La moneda norteamericana se transa a $ 430 y las exportaciones reportan escuálidas entradas. Los productores chilenos se encontrarían al borde de una situación de caos. Mucho más seria que cuando se produjo el caso de las uvas envenenadas (1988) por competidores norteamericanos. Y en aquella oportunidad las quejas fueron grandiosas. Desde aquel entonces la estructura económica del país ha cambiado.

Quienes se ven realmente perjudicados por la baja sostenida del dólar son productores marginales. Los relevantes pertenecen a conglomerados en que las exportaciones son sólo productos de algunas de sus inversiones. El verdadero poder económico chileno hoy tiene sus bases en distintos puntos de apoyo. La concentración de la riqueza es un hecho real. Un exportador que además posee intereses en el sector financiero, en el comercio detallista, en el rubro energético, no está preocupado por un dólar bajo. Por el contrario, algunas de sus otras áreas de inversión le entregan importantes ganancias, incluso mayores de las que podría aportar un dólar de mayor valor. Y para mantenerlas la divisa no debiera repuntar.

El problema es para quienes aún no han llegado a la integración, porque su peso específico no les da para ello. Ese tipo de empresario tendrá que salir de la cancha. En otro escenario, pero con el mismo fondo, es el reclamo que hacía Rafael Cumsille, líder de los comerciantes detallistas, cuando aún se consideraba la posibilidad de una fusión entre Falabella y DyS. La operación falló debido al fallo adverso del Tribunal de Defensa de la Libre Competencia (TDLC).

Pero si bien el problema del dólar no afecta a quienes tienen el control de la economía chilena, la mayoría de la población sí enfrenta o enfrentará dificultades. Los exportadores relativamente pequeños tendrán que cerrar, porque la recuperación de divisas en el exterior no los hace competitivos a nivel local. Eso generará desempleo. Y, como agregado, el negocio financiero en que están los grandes conglomerados presiona hacia la inflación. En ello incide el alto endeudamiento de los chilenos, especialmente a través de las tarjetas de crédito no bancarias.

Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN) de 2006, los dos quintiles de más bajos ingresos dedican a pagar deudas el 67,1 % de lo que reciben mensualmente. En el año 2007, los créditos por ventas al detalle aumentaron en 32,2 %, según cifras del Banco Central. El endeudamiento de los chilenos se ha incrementado. En la actualidad, una población activa de seis millones quinientas mil personas cuenta con 29 millones de tarjetas de crédito no bancarias. Y a ellas la legislación no les impone un control eficiente, por lo que la aplicación de intereses usurarios es una práctica recurrente.

Es un gran negocio para quienes manejan los hilos de esta economía extraordinariamente concentrada. Pocos grupos dominan la marcha del país e imponen una realidad que está lejana a lo que plantea la teoría económica del libre mercado. Con consumidores cautivos que no están en condiciones de elegir, ya que se encuentran atados a créditos que no pueden saldar. Su única salida es continuar adquiriendo los bienes necesarios a través del dinero plástico que le entregan las casas comerciales con las que están endeudados. Y como tales empresas operan en casi todos los rubros de la venta al detalle, satisfacen sus necesidades pero deben pagar intereses discrecionales por ello. El mercado, aquí, no es un regulador transparente o repartidor de alternativas.

En este escenario, el dólar bajo resulta secundario. Es posible que por ello el Banco Central esté enfocado básicamente hacia la inflación. La justificación es que un dólar depreciado permite paliar el impacto inflacionario del alza del petróleo. Además, el costo de artículos con tecnología de punta incorporada se inclina hacia la baja. Pero esa es una explicación relativa. De todas maneras el Estado está subsidiando el consumo energético. Los productos de primera necesidad importados son escasos, mientras los artículos de línea blanca e informática no son de consumo masivo.  

La actitud prescindente del Central cuenta con el beneplácito del Gobierno y de la oposición. En estas materias, la visión es unívoca. El problema es que la cuenta final la pagarán quienes no están entre los que disfrutan de la riqueza del país.

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Wilson Tapia Villalobos
Peiodista
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