La historia del cántaro que se quebró...

Las últimas semanas hemos sido testigos de un vendaval de denuncias virulentas que apuntan a deteriorar la imagen especialmente de las autoridades de gobierno.

La impresión que queda en la opinión pública está marcada por señales turbias de los responsables de administrar el país que además ser desprolijos en manejar los recursos del estado, los desvían con mucha facilidad para favorecer intereses particulares, distorsionando el objetivo original.

La señal es pésima porque queda la sensación que vivimos en medio de una corrupción desatada.

Basta con que alguien haga una denuncia, para que aparezca como un hecho real, concreto. A partir de ese momento la imagen del o los responsables está bañada por una capa de culpabilidad.

Y peor aún. Si más tarde se demuestra que la acusación era infundada ya no tendrá la repercusión inicial en los medios de comunicación y los " implicados" en la supuesta irregularidad serán "culpables" para los lectores, auditores o telespectadores. Así de simple.

No se pretende establecer aquí que todos funcionarios públicos tienen conductas de blancas palomas toda la vida y en cada momento, pero de ahí a sindicarlos como delincuentes de cuello y corbata, hay un mundo de diferencia.

El trasfondo politiquero de semejantes denuncias, tendría que ser observado con lupa. El afán de transparencia y probidad no se puede transformar en una caza de brujas que apunte a crear un "colchón" de argumentos para enfrentar las elecciones de este año y las que vienen.

Al mismo tiempo los responsables de gestionar los servicios del estado, debieran actuar acorde con la ética de un servidor público, de tal manera que su accionar no merezca ni una pizca de dudas.

Así estaremos preservando la democracia que tanto nos costó conquistar a los chilenos y de esa manera seguir avanzando para profundizar en la ampliación del único sistema válido. El único que da garantías al ser humano en una sociedad civilizada. Lo demás, es una farrra absurda que nos puede costar demasiado cara. Y ya una vez, se quebró el cántaro...

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Sergio Campos
Periodista