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Alborozo (relativo) en Alboroque

Alborozo (relativo) en Alboroque

lunes 15 de enero de 2007, 10:13h
Comer o cenar en el nuevo invento de Andrés Madrigal es algo que no se puede hacer todos los días, aunque el menú -único e indivisible- cambie cada día. Su cocina tan, tan de autor, llega a cansar. Y, por otra parte, están, claro, los precios: 75 euros el menú, vino aparte, hace de Alboroque no uno de los restaurantes más caros de Madrid, donde las cosas están disparatadas, pero sí un local de la gama alta.
Alboroque, Atocha, 34. Madrid. 913896570  

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Comer o cenar el Alboroque, el nuevo invento de Andrés Madrigal, es algo que no se puede hacer todos los días, aunque el menú -único e indivisible- cambie cada día, lo mismo que las algo absurdas propuestas musicales que acompañan a la carta y que, por cierto, no son respetadas. Y es que, por un lado, este tipo de cocina tan, tan de autor, llega a cansar. Y, por otra parte, están, claro, los precios: 75 euros el menú, vino aparte, hace de Alboroque no uno de los restaurantes más caros de Madrid, donde las cosas están disparatadas, pero sí un local de la gama alta.
 
Ir a Alboroque requiere una voluntad de desplazarse hasta allí. En la puerta, apenas una discreta placa. No hay aparcacoches y su ubicación, en una vetusta casa -remozada y bellísima por dentro, eso sí- en la concurrida calle de Atocha, no nos hace prever la diversión y el alborozo que nos aguardan una vez traspasado el dintel. En la entrada, antes de llegar a un patio interior con árboles añejos, obras de arte moderno y un Andrés Madrigal que, con su característica indumentaria no del todo formal, pero no del todo desligada del restaurador 'famoso', nos da la bienvenida. Sabida es la pasión de este joven autor de los fogones por crear un taller de cocina, como antes que él hicieron otros, y conocida es su simpatía. Y ese es un buen primer punto.
 
Luego, la decoración. Moderna, pero no minimalista -los cubiertos, impracticables-, con buenos cuadros abstractos y colores cálidos, en los que predominan el rojo y el negro. El servicio, un punto recargado, pero eficaz. La carta de vinos, dividida en tres -cien tintos, cien blancos y cien espumosos- muy suficiente en lo que se refiere a productos nacionales. Y la carta, ya digo, cortísima: un menú de los que si quieres lo tomas y si no...Aunque bien es cierto que a una persona que nos acompaña casi siempre para probar la voluntad de servbicio para con los 'especiales' (vegetarianos en este caso) le confeccionaron, con lo que había, un menú específico del que la persona en cuestión pareció salir satisfecha.
 
La propuesta que nos tocó en suerte incluía el ya clásico pan tumaca con jamón seco (diseñado por Madrigal ya en sus tiempos de Balzac), un ajoverde con tempura de almeja (una) y helado de Bergamota (que ya son ganas de complicarse la vida), un cous-cous de gamba con caldo de paella (delicioso), flor de calabacín rellena de liebre enn salsa civet, una lubina asada sobre parmentier de puerros y aceite de chipirón, un potaje de garbanzos, algas y foie y, como postres, un flan semilíquido de romero con helado de vbainilla (demasiado dulce) y una sopa azteca de chocolate con helado de queso Idiazábal. Mignardises varias (y no demasiado originales) y un buen Quercus del 2002, al no tan módico precio (el vino, digo) de 34 euros.
 
No hay puros, aunque asegura Madrigal que los habrá pronto (el local lleva abierto mes y medio) y hay zona de fumadores. No hay carta de cafés o similares.
 
Salí bastante satisfecho, lo reconozco, pese a todas las ´pegas' listadas, la menor de las cuales no es, desde luego, la existencia de unos cubiertos con los que se hace casi imposible comer. Lo que no inventen...
 
Calificaciones:

Ambiente
, 9 (decoración agradable, aunque es preferible ir en taxi), servicio, 8 (acaso un punto recargado), comida, 8 (variada y una suficiente, aunque no entusiasmante, relación calidad-precio).
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