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Agotamiento del voto

Agotamiento del voto

lunes 15 de septiembre de 2008, 13:27h

A poco más de cuarto de siglo del restablecimiento de la democracia en el país, que tuvo en el voto, en su significado y correspondiente ritual periódico una de sus expresiones centrales y más arraigada, la práctica de convocar a la gente a las urnas cada cierto tiempo parece estar llegando a un momento de agotamiento.

Luego de las frustraciones que trajeron las elecciones presidenciales de 1978, 1979 y 1980, cuyos resultados fueron alterados o desconocidos, la población empezó a confiar sólo cuando las votaciones se convirtieron en una institución a la cual paulatinamente se proveyó de mecanismos de protección y transparencia. Así, de a poco, el sufragio adquirió centralidad en la vida política nacional.

También los comicios resultaron favorecidos, pues pronto se vio la necesidad de extender el mecanismo electoral —que ya funcionaba para seleccionar a gobernantes y parlamentarios— al ámbito de las municipalidades, con la elección de alcaldes y concejales, criterio que algo más tarde alcanzó a las autoridades departamentales, los prefectos. Pero, además, en la perspectiva de ampliar las posibilidades de la participación ciudadana se introdujo la figura del referéndum a fin de dotar de mayor legitimidad a las decisiones de Estado.

El voto, no sin tropezones, fue ganando respeto y eficacia. Por ejemplo, la alianza que formó el Gobierno en 1993 tuvo uno de sus argumentos en el reconocimiento de la fuerza que obtuvo el primer lugar (el Movimiento Nacionalista Revolucionario, MNR), algo que forzadamente había ocurrido en 1982 cuando los militares y sus aliados civiles no tuvieron más remedio que entregar el Palacio Quemado a la Unidad Democrática y Popular (UDP). Y en diciembre de 2005, cuando el Movimiento Al Socialismo logró el mayor porcentaje de sufragios de la democracia reciente, se tuvo otro hito de esa valoración colectiva del voto, en claro contraste con la experiencia de 2002 que reflotó por última vez las coaliciones de oportunidad con la espuria asociación entre el MNR y el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria.

De la misma manera, el voto mereció notable respaldo en el referéndum del gas de 2005, en el de autonomías y en la elección de asambleístas para la Constituyente en 2006. Hasta entonces todo indicaba que el procedimiento eleccionario asumido en su legalidad no sólo gozaba de mayoritaria apreciación colectiva, sino que, asimismo, era identificado como una vía válida de participación política y para resolver conflictos en paz.

Sin embargo, los acontecimientos recientes —los referendos pro estatutos autonómicos autoconvocados por las prefecturas de Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija y el referéndum de revocatoria de mandato de Presidente y Vicepresidente de la República y de prefectos, convocado por el Congreso— han traído consigo un nuevo descreimiento. Más allá de la cuestionada legalidad de esos procesos en que oficialismo y oposición se acusaron mutuamente de fraude e interpretación interesada de los datos, lo cierto es que al lado del quantum electoral, como señaló el sociólogo René Zavaleta Mercado al referirse a la UDP, es preciso tomar en consideración los aspectos cualitativos de esas votaciones y de los triunfos y derrotas que generaron.

Vistos los resultados al margen de cifras y porcentajes se puede advertir que la política posee otra densidad capaz de movilizar las masas hasta la irracionalidad o de ofuscar a las dirigencias. Hay, pues, síntomas de que votar ya no es suficiente.

* Comunicador

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