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Chile: el gran desafío

lunes 20 de diciembre de 2021, 10:00h

Con la clara victoria de Gabriel Boric en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales este domingo 19 de diciembre (con el 56% de los votos), frente al candidato derechista José Antonio Kast (44%), Chile rompe con una tradición histórica: quien tiene el mayor apoyo en la primera vuelta (21 de noviembre) gana las elecciones. Esta vez ha sucedido lo contrario. Algo que ha ocurrido también contra todo pronóstico: las primeras encuestas, los observadores políticos y los medios periodísticos en la región, coincidieron en que Kast tenía más fácil llegar a La Moneda que su joven oponente. Cabe pues la pregunta sobre qué ha cambiado en este agitado mes transcurrido entre la primera y la segunda vuelta de estas elecciones en Chile.

Algunos observadores subrayan el incremento de la participación en los comicios, que ha ascendido en ocho puntos (del 47% al 55%), como si ello mostrara un cambio en la cultura política de la población. No me parece. Sigue constándose que la mitad del país (algo por encima o por debajo) no está interesada en participar de las decisiones política colectivas, incluso en unas elecciones tan decisivas como las ahora sucedidas. Creo que la reticencia a la participación política voluntaria (desde el 2012) sigue reflejando el legado pinochetista que mantiene gran parte de la población reacia a la política en medio de la democracia.

Pero entonces, si no se trata de un profundo movimiento en la cultura política del país, es necesario centrar la atención en el juego de las fuerzas políticas en liza. Y la conclusión parece clara: ha sido Boric quien ha conseguido halar a los sectores políticos de centro y no Kast como se preveía.

¿Cómo se ha producido esto?

Desde luego, ha influido en ello el cambio en los gestos políticos y de comunicación. El comando de Boric se ha lanzado sin ambages a un curso de reuniones y negociaciones con representante conocidos del Partido Socialista y de la Democracia Cristiana, es decir con los pilares de la Concertación. Y la respuesta de los concertacionistas ha sido positiva. De nuevo, cabe la pregunta de cual es la causa que les ha movido a ello. En el caso del Partido Socialista, existe una consonancia ideológica y un rechazo visceral al otro candidato. Muchas personas que conozco de ese ámbito se han movido por una clara convicción: otro Bolsonaro no por favor y menos en Chile. En consonancia con este apoyo electoral, los socialistas ya han anunciado su disposición a colaborar con el gobierno de Boric.

Pero un caso mas complejo resulta el de la Democracia Cristiana, que ha apoyado tangencialmente al candidato Boric, pero que ya ha anunciado que pasará a la oposición frente al gobierno del presidente electo. Una explicación posible es que los democristianos comenzaron a temer el escenario que se crearía con una victoria de Kast. Era muy previsible que las protestas continuaran y tal vez algo más violentas, si el gobierno derechista las enfrentaba, como anunciaba, mediante la represión. Así que decidieron que el escenario menos malo era el que correspondía a una victoria de Boric, al que enfrentarían desde fuera y, sobre todo, desde el parlamento. No hay que olvidar que Boric está en minoría en el Senado y la situación en el Congreso es de una geometría variable. El nuevo presidente sabe que los inicios de su gobierno tendrán lugar en un contexto legislativo particularmente estrecho.

En suma, buena parte del voto político de la Concertación es en realidad condicionado. Ha tenido lugar más como producto de un temor a un gobierno conflictivo de Kast, que a la convicción de la bondad que inspira un gobierno de Boric. Pero no hay que subvalorar la capacidad política de Gabriel Boric para mostrar la necesidad de halar ese voto político más centrista, frenando la dinámica vanguardista que le reclamaban muchos de sus aliados. Una actitud firme, que ha mostrado hasta el final de su campaña. Votó en el sur, Punta Arenas, donde se instalaron muchos emigrantes de la región balcánica, y sus palabras al hacerlo son todo un mensaje: “Entré en la política con las manos limpias, con el corazón caliente, pero con la cabeza fría”.

Desde luego, representa a la nueva generación que no vivió la dictadura ni la transición y ha criticado a la Concertación por cómo la condujo. Boric tenía sólo cuatro años cuando Pinochet perdió el referéndum y su generación es la primera que actúa en política ya en democracia. Se trata de una generación que ha despreciado el temor de ir más allá que una Concertación, de la que se ha ido separando progresivamente. Ello significa la completa ruptura con los vestigios políticos de la dictadura y la exigencia de cambiar las bases económicas del “milagro chileno” originado hace más de cuarenta años.

Ahora que ha llegado al gobierno, esa generación se enfrenta al gran desafío de avanzar en sus promesas congénitas. En cuanto a la profundización de la democracia, tiene ante sí el reto de lograr incrementar de manera sustantiva la cultura política de amplios sectores de la población y de consolidar un sistema político que no caiga en las tentaciones populistas de regímenes como el de Venezuela o Nicaragua. En el ámbito económico el desafío no es menor. Necesita lograr un desarrollo que produzca bienestar social, desprendiéndose del modelo productivo en curso, tan competitivo a nivel regional, pero basado en la contención de los costos de producción, que generan inevitablemente desigualdad. Y eso no será posible sin la colaboración de un empresariado demasiado acostumbrado al viejo modelo.

Pero antes de enfrentar esos desafíos estratégicos, Boric necesita superar la polarización de actitudes políticas que ha presidido este proceso electoral. Por eso, en su primer discurso como candidato electo ha enfatizado que será el presidente de todos los chilenos, incluso de aquellos que votaron por Kast. Es indudable que, para lograr un nivel relativo de reunificación nacional, va a necesitar mucha de esa cabeza fría que dice tener.

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