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Lo que realmente nos jugamos: respuesta a Nicolás Sartorius

martes 08 de julio de 2025, 08:06h

Nicolás Sartorius ha vuelto a la carga. Luego del artículo en El País (4/6/25), advirtiendo a la izquierda del viejo error de dividirse en momentos cruciales, ahora nos empuja de nuevo al borde del precipicio para mostrarnos su descomunal profundidad (“Lo que nos jugamos”, eldiario.es, 3/7/25). En esta oportunidad, ya no es una advertencia histórica sino un verdadero grito de alarma, un texto tenso y atropellado, donde se mezclan diferentes temáticas y planos de análisis sin demasiado orden. Por eso, después de una primera lectura, pensé que no tenía mucho sentido asistir al debate. Pero, pensándolo más detenidamente, encontré tres buenas razones para hacerlo. La primera, que me parece que escribe desde la buena fe, es decir, desde el convencimiento íntimo, y que no se trata tanto de una operación mediática para defender al acosado Sánchez; la segunda, porque lo hace desde una relativa posición de autoridad, puesto que firma como presidente de la Fundación Alternativas, entidad de reconocido prestigio en círculos progresistas, y la tercera razón, porque su nota debe ser respondida desde la izquierda democrática, entre aliados (no interesa tanto aquí las que puedan hacerse desde la acera de enfrente o, dicha de otra forma, desde la otra trinchera).

Para comenzar, conviene detenerse en el diagnóstico epocal que plantea. Es cierto que atravesamos tiempos tumultuosos en los que es difícil, en medio del ruido y la furia (Faulkner) reconocer con alguna fidelidad la realidad global y parcial. Pero ello no nos da permiso para mezclar la coyuntura estadounidense con la española, ni hace bueno al gobierno de Sánchez por el hecho de que sea fatal el de Donald Trump. Además, Trump aparece como un factótum un tanto mágico, entre otras razones porque Sartorius no se detiene a reconocer las razones por las que ganó las elecciones para regresar a la Casa Blanca. Como ha dicho Michael Sandel, el autor de Descontento democrático, la marcha de la economía no lo explica, hay que atender también al registro cultural, para reconocer la causa de la rebelión contra el progresismo en Estados Unidos. Algo que se le escapa a Sartorius, cuando, en el nivel doméstico, enfatiza que la economía española es la que va mejor de la Unión Europea y sin embargo… “lo que aquí interesa es hablar de Koldo, de Ábalos y Cerdán”.

Sorprende la afirmación de Sartorius, cuando ya se sabe que sólo el 21% de la ciudadanía española defiende la continuidad de Sánchez tras el escándalo de corrupción. Simplemente, no capta la clave cultural de la actual crisis política. Al perder de vista el conflicto entre visiones de mundo y afincarse en la suya propia, que supone la de toda la izquierda, pierde la capacidad de entender la causa de la creciente animadversión que enfrenta el presidente de Gobierno.

En realidad, el rechazo creciente a la continuidad de Sánchez tiene causas de distinto calado. Una, de mayor profundidad, guarda relación con el resentimiento existente en las entrañas de la sociedad occidental por el comportamiento soberbio del progresismo desde los años noventa del pasado siglo. Se ha producido una imposición de su visión de mundo, bautizada frecuentemente de derechos humanos, sin que haya sucedido una verdadera deliberación con quienes tienen otra visión de mundo, influida por las costumbres, las creencias religiosas y los arraigos identitarios. Esta ausencia de cabal deliberación, producto de un vanguardismo invidente, es la base profunda de los movimientos en sentido contrario que hoy se evidencian en una cantidad importante de países (desde Estados Unidos a Argentina y desde Hungría a Italia). Este factor se articuló con la crisis económica del 2008 para dar lugar al surgimiento del extremismo de izquierdas y de derechas, que apareció sobre todo en Europa.

Ante el surgimiento de esta polarización civilizatoria, existen dos perspectivas inmediatas: la de quienes buscan recuperar una deliberación efectiva, que en el corto plazo significa disminuir la confrontación y optar por políticas más centristas durante un tiempo y la de quienes, por el contrario, consideran que hay que seguir avanzando en la radicalidad para satisfacer nuevos derechos, por encima de las visiones de mundo que se oponen. Esta segunda opción es la que ha elegido Sánchez por una razón vicaria: su dependencia del apoyo de la izquierda más radical para mantener su gobierno. El problema agregado es que esta inclinación progresiva no estaba presente en el comienzo del discurso de Sánchez (cuya perspectiva le impedía dormir bien), teniendo que desdecirse con todo el disimulo posible y produciendo una forma tramposa de hacer política. Eso sí, usando la ofensiva como método de resistencia. Todo lo cual ha ido produciendo una irritación notable en la oposición y otros sectores de la ciudanía. La consecuencia adicional ha sido la progresiva ruptura con la matriz socialdemócrata del PSOE, que se expresó en la crítica de Rubalcaba (el proyecto Frankenstein) y crece en todo el sector que votó a Eduardo Madina en las elecciones internas.

Sobre este deslizamiento político han surgido últimamente los casos de corrupción, que no sólo son los evidenciados de Koldo, Ábalos y Cerdán, como trata de minimizar Sartorius, sino también los referidos a los familiares del presidente de Gobierno. Resulta cada vez más evidente que hay una conexión entre la forma tramposa de hacer política de Sánchez y el desarrollo de los procesos de corrupción. Y que eso, que no ha sido tan aireado en los medios, ha hecho clic en la mente de una creciente mayoría de ciudadanos y ciudadanas.

Frente a esos factores de rechazo creciente, la decisión de Sánchez ha sido la de una defensa cerrada, asociada a la bunkerización. Y ante los casos de corrupción, una estrategia minimizadora y de fuga hacia adelante, que no parece obtener resultados, cuando hasta los medios más afines consideran que su respuesta es insuficiente, como lo hacen casi el 80% de la ciudadanía.

Frente a esta situación, la propuesta de Sartorius es consistente en los distintos niveles del problema. Lejos de tener una mirada amplia del choque de visiones de mundo, sigue privilegiando la confrontación frentista por encima de un desarrollo de la deliberación, que se asocie con políticas de centro. No hace la más mínima crítica de la forma de hacer política de Sánchez y, frente a los escándalos de corrupción evidenciados, adhiere a la política exculpatoria del presidente de Gobierno.

Desde esta perspectiva, la pregunta de Sartorius sobre que es lo que nos jugamos en esta situación, adquiere una versión distinta y más grave. Es cierto que el contexto global es poco favorable para las políticas progresistas. Pero la respuesta a ese contexto no consiste en una acentuación de la radicalidad política, sino en sumergirse en la deliberación ciudadana, para mejorar la cultura democrática de la ciudadanía (seguro que Sartorius escuchó alguna vez aquello que decía Lenin de que hay momentos en que lo que hay que hacer es ir a las masas).

En cuanto a las razones de la animadversión creciente al presidente de Gobierno, Sartorius no encuentra respuesta justificada, porque se empeña en subrayar los aciertos y no reconoce el factor cultural que empapa la crisis. La forma tramposa de hacer política de Sánchez está teniendo mucho más peso en esta coyuntura que la relativa bonanza socioeconómica del país (la cual, por otra parte, no depende tanto de las acciones del Gobierno, como se pretende).

Y en cuanto a la guinda del pastel, el aparecimiento de importantes focos de corrupción, Sartorius acepta la estrategia minimizadora y exculpatoria de Pedro Sánchez y su entorno, cuando ya es evidente que un 80% de la ciudadanía considera que su reacción ante los hechos es insuficiente.

¿Qué es lo que realmente nos jugamos desde esta perspectiva? La resistencia cerrada de Sánchez va a justificar un crecimiento notable de la polarización política, dado que aumentan las razones culturales y discursivas para ello. En este contexto, el crecimiento de la extrema derecha dejará de ser un espectro agitado por la izquierda, para convertirse en poderoso elemento de confrontación política, que pueda generar conflictos violentos, sobre todo si la resistencia a aceptar responsabilidades políticas de Sánchez se extiende en el tiempo hasta 2027. Ciertamente, nos jugamos mucho en esta coyuntura y es una lástima que gente como Sartorius sea incapaz de verlo en su verdadera forma y fondo.

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