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Ramadán en Yemen

Ramadán en Yemen

martes 23 de octubre de 2007, 11:55h
Sana’a es un gran caos que se extiende hasta el infinito, rompiendo todas las reglas de la lógica universal. Si es verdad que el plano de una ciudad no lo trazan los urbanistas, si no el tiempo, en Sana’a el tiempo ha hecho un extraño trabajo. La ciudad crece sin control, una casa aquí, otra allá, todas a medio hacer, guardando en sus ventanas un recuerdo del pasado y en su esqueleto las varillas del presente.
No vale la pena preguntarse por qué este edificio acabó aquí en lugar de allí, el capricho o la casualidad han marcado su destino. A primera vista, el caos lleva al engaño. Sana’a es un secarral inmenso, un poblado a medio hacer donde se han sustituido los burros por todo terrenos. Intenta levantar la vista, sólo un poco más. Et voilà! Las montañas, inmensas, majestuosas. Un Sarajevo del desierto. Un pequeño esfuerzo más para descubrir que también aquí abajo hay gracia. En los fantasmas que se pasean a plena luz del día, ojos, ojos, sólo ojos, negros, maquillados, todos bellos, ¿qué ojo no es bello si se aísla de la cara? Ojos que se pasean envueltos en una mancha negra, manchas que se abren paso a través de la multitud de hombres.

    Las furgonetas gritan sus destinos a los paseantes de la acera, que pierden su condición de masa por un momento. Bab el Yemen, ah oiu, c’est le notre. Menos mal que Khaled se ofrece a hacernos de guía. Ha estudiado francés en la universidad y dentro de un mes y medio (después de la fiesta, por supuesto) se irá a trabajar a Arabia Saudita. Se gana mucho más allí.

    Bab el Yemen es lo que se conoce con el nombre de viejo Sana’a: un laberinto de calles que trazan los edificios centenarios construidos al estilo tradicional yemení. Los yemeníes son famosos en el mundo árabe por la calidad y antigüedad de su método de construcción. Aparece citado en el Corán y en numerosas fuentes. Las casas son como tartas de barro de tres o cuatro pisos, marrones y blancas, con pequeñas ventanas decoradas. A sus pies un caos de puestos ofrece las más diversas mercancías. Los vestidos de princesa de todos los colores imaginables cuelgan de aquí y allá, para las niñas, que los lucen de vez en cuando en las fiestas. Junto a las pasas y las espadas, vendedores ambulantes ofrecen juguetes de plástico fabricados en china, peines, cepillos, y otras chucherías. Es Ramadán, y la gente se agolpa buscando un vestido que estrenar, los dulces para la cena o los dátiles del ayuno. A fin de cuentas, es como pasearse por Sol en Navidad. Menuda idea. No hay quien avance. Khaled se para de vez en cuando para no perdernos entre la multitud, parece nervioso porque todo el mundo nos mira y nos saluda con un hello! estridente. Esta es la parte más turística d Sana’a y los vendedores intentan aprovechar la ocasión. En media hora sólo hemos visto tres guiris entre la multitud. Igualito que Venecia.

    Es imposible guiarse en el laberinto, Khaled me anuncia el nombre de cada barrio, de cada mercado: el mercado de las especias, del oro, de la plata. Cada barrio tiene una pequeña mezquita. En el intento por esquivar los numerosos obstáculos, carritos, comida, niños y demás, casi no he mirado hacia arriba. Ahí están, los minaretes de las mezquitas. La tierra que se levanta desde hace siglos en este lugar de Yemen.

    Ya está atardeciendo y es hora de romper el ayuno. Khaled intenta encontrar un taxi para llevarnos a casa, pero parece que todo el mundo ha tenido la misma idea. Sobre las cinco de la tarde es imposible circular por Sana’a en Ramadán. Todo el mundo quiere llegar lo antes  posible a casa. Las furgonetas también están llenas, y en la espera, pasan junto a nosotros dos policías de la mano. Lo que me faltaba por ver… Rarezas del mundo árabe. Por fin, un coche para y se ofrece a llevarnos. En el camino, el muecín canta la ruptura del ayuno. Tradicionalmente, lo primero que se come es un dátil, el taxista pone los dátiles, nosotros las samosas*. Khaled charla animadamente con el taxista, nunca dejará de sorprenderme la capacidad de estos chicos para hablar con cualquiera. Se vuelve: "¡es un secreto entre tú y yo, pero parece que hay alguien que se quiere casar con vosotras!". Nos partimos de risa. El taxista nos invita a cenar en su casa. Pero con Khaled, ¿no? Vale, entonces vamos.

    En un barrio de las afueras llegamos a una calle oscura y estrecha. Es nuestra primera cena yemení, qué emoción. Nos recibe el sobrino del anfitrión y un puñado de niños. La casa es pequeña e intrincada. Bajando unas escaleras llegamos al salón de visitas, un pequeño habitáculo con una tele y unos cojines en las paredes a modo de asiento. Nada que ver con el amplio salón decorado que veríamos al día siguiente en casa del amigo del Khaled. La niña trae un plástico que pone en el suelo y poco a poco aparece la comida. Khaled anuncia sonriente, “aquí se come con las manos” y nos da algunos consejos para iniciarnos en esta técnica. Por supuesto, a la cena sólo asisten el taxista y el sobrino, aunque durante el rezo la segunda mujer del taxista se pasará a charlar con nosotras. Estamos entre chicas, así que la chavala se quita el pañuelo de la boca. Creo que tiene nuestra edad, y sólo habla árabe, vaya, se acabó la suerte. Y bien, lo típico, de donde sois, que hacéis en Sana’a... Uff, pues parece que hemos entendido casi todo… Vuelven los hombres, y con ellos el gad, una variante de la hoja de coca que se masca por el mal de alturas. Al caer la noche Sana’a se llena de hombres con grandes bolas de gad en la mejilla. Mascar gad no interrumpe la actividad cotidiana, véase, conducir, vender, etc.  No tenemos mucho tiempo, hemos quedado, muchas gracias por el gad, la cena, la charla, el paseo, y el taxi de vuelta a casa. Un día surrealista en Sana’a, al menos para nosotras. “¿Esto pasa muy a menudo?”, le pregunto a Khaled, “Ouuuui, parfois, parfois”.



*La samosa es una empanadilla que tiene una envoltura exterior de masa de harina muy fina y crujiente rellenada de patata, guisantes u otros vegetales cocidos. Se fríen y se suelen aderezar con curry antes de servirla. En otros casos puede rellenarse también de carne de pollo o cordero.



Crónica publicada el martes 23 de octubre
Laura Sisniega Crespo
24 años
Beca de Doctorado en Filología Árabe UCM
Destino Saná (Yemen)
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